Agradezcamos Como La Pecadora…
Jueves 19 Septiembre
Lucas 7,36-50
~ Sus numerosos pecados, le han sido perdonados
porque ha demostrado mucho amor ~
La experiencia de fe conduce al perdón, y este a una fe libre y liberadora. La pecadora que rompe con su marginación social creyó y amó a Jesús; apostó su vida en un solo acto de purificación, y Jesús le concedió la libertad y la paz.
La mujer habría oído que Jesús no condenaba a los pecadores; como había sucedido en casa de Leví (5,29); y así, se atrevió a intentar una relación nueva con Dios y con los demás. Llevó el perfume como símbolo del amor. La mujer consideró que lo más grande que le quedaba en su persona, y que nadie había corrompido, era su fe, su amor y su necesidad de ser perdonada. Reconoció a Jesús como “Profeta de Dios”, a diferencia de Simón, que lo llama “maestro”.
La parábola se desenlaza mostrando que Dios no es un acreedor implacable, sino un Padre que ama y perdona.
Pensemos en la experiencia del agradecimiento: el arameo usa “amar” para indicar la reacción afectiva de quien ha sido beneficiado con algo grande e importante, “agradecer”. Por eso, de los dos que debían al prestamista, a quien se lo perdonó más, agradeció-amó más. Imaginemos el amor y la gratitud de la pecadora cuando, en lugar de recibir el repudio y la exclusión en aquel banquete, es acogida y perdonada por Jesús. La fe y el deseo de adherirse a Él colocaron a la mujer en un franco estado de salvación; tan es así, que se la percibe llena del Espíritu de Dios.
¿Cuánto se me ha perdonado? ¿Cuánto he agradecido a Jesús? ¿Cuándo me he atrevido, a semejanza de la pecadora, a romper con mi marginación? ¿Cuándo estaré dispuesto a apostar la vida en un solo acto de purificación?
¡Gocemos del amor que produce el perdón y de la libertad y paz que solo Jesús nos puede conceder!
¡Agradezcamos como la pecadora!
Oración:
Señor Jesús, hoy te puedo decir “gracias”, sabiendo que digo: “Te amo”; me tiembla el corazón de solo imaginar el universo de personas que te han amado a través de estos veinte siglos. Renueva en mí la conciencia de mi pecado, para que pueda yo buscarte igual que la pecadora en casa de Simón; que me libere de prejuicios de fe y religión, y me acerque al banquete de tu Eucaristía. Ayúdame a ser menos condenatorio con los demás, a que siempre comprenda que cada persona tiene una historia personal respetable, y que tú tienes un plan para cada uno, incluso allí, en el límite del pecado y la marginación.
Permite que junto con los míos experimentemos la gracia de tu perdón, y seamos agradecidos cada día. Amén.