Domingo 28 Junio
Mateo 10, 37-42
En nuestro tiempo podemos definir el amor de muchas maneras, incluso con las distinciones más bellas y universalmente aceptadas. Pero desde este evangelio, estamos invitados a encontrar el amor que Jesús quiere. Un amor perfecto en su ejercicio.
Si la fuente del amor es Dios y nosotros queremos amar en esa dimensión, es necesario adherirnos a Jesús. Él es el comunicador con Dios Padre. Cuando ha dicho a sus discípulos: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”, no ha pretendido ser posesivo en el amor, ni descalificar el amor humano; sino hacer entender que solo el amor que pasa por Él, puede llegar a la perfección. Implica amar a toda persona, a través de Cristo. No se es discípulo de Jesús por herencia familiar, sino por una opción personal que puede poner en crisis hasta los lazos familiares más sagrados.
El amor con el que Jesús quiere que amemos, se puede ubicar dentro del amor de caridad. Lleva una carga profunda de acogida. Implica recibir al otro desde donde éste se encuentra; bajarse hasta igualar la relación, y entregarle nuestro don, no como una dádiva, sino como un reconocimiento de la presencia y del don de Dios. Cuando amamos así, permitimos que Dios ame a través de nosotros. Solo entonces, nuestro amor se completa y plenifica; se hace perfecto.
¿Pero cómo damos los primeros pasos para amar así?
Que nuestro amor nos realice como discípulos
Somos dignos de Jesús si le damos nuestra adhesión sin reservas. Incluso hasta dar la vida por Él y por su proyecto.
La realización del discípulo viene de portar la presencia de Cristo y del Padre. Esa es la recompensa que da Dios a quienes reciben a Jesús, la comunicación plena con el Padre Dios.
Las personas de Dios que uno tiene que recibir son: los profetas, los justos y los niños. Ellos llegan a nosotros no por azares del destino, sino por el misterio de Dios, en calidad de enviados.
Un discípulo de Jesús, como cada uno de nosotros, quiere llegar a ser, se realiza amando con el amor que Jesús quiere.