Miércoles 2 Noviembre
Todos los fieles difuntos
Juan 6, 51-58
~ El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna,
y yo lo resucitaré el último día ~
La celebración de nuestros fieles difuntos, nos da la oportunidad de reafirmar nuestra fe en la resurrección; y de empezar a vivir la vida definitiva en el proyecto de Dios.
Si entendemos que estamos hechos para la eternidad, admitiremos eso que en ocasiones nos resulta difícil comprender: que Jesús nos proponga que lo comamos; sin embargo, recordemos que en la experiencia del amor, no hay límites. Comer y beber significa asimilarse a Jesús; vivir nuestro amor al modo suyo, expresado en la vida (nuestra propia carne) y en la muerte (el don de nuestra sangre). Recordemos también, el éxodo: la sangre del cordero fue señal de liberación, y la carne alimento para la salida. En la nueva liberación que nos procura Jesús, su cuerpo y su sangre, se convierten en alimento permanente y en vida definitiva.
Entendamos además, el contexto eucarístico: más allá del nuevo maná y nueva norma de vida que es Jesús, está nuestra identificación con él y con su entrega. Y es que Jesús, vivido así, no es un personaje exterior a quien imitar, sino una realidad interiorizada. La clave para comer la carne y beber la sangre de Jesús, radica en seguir su mismo designio, comunicar vida definitiva.
Comer la carne de Jesús, y beber su sangre, hemos de entenderlo desde el realismo sacramental. Comulgamos eucarísticamente, y Dios se encarga del resto, de actuar su misterio de salvación. Él es quien nos asocia a la comunión del cielo, con los santos y fieles difuntos, y a la comunión con los demás por el amor.
Oración:
Señor Jesús, que tu Eucaristía sostenga y transforme nuestra vida cotidiana. Que nos sintamos amados por ti y que amemos a la vez a los demás. Sobre todo esto, último: que nuestra comunión eucarística se concrete en obras de amor para los demás. Amén.