Sábado 8 Agosto

Mateo 17, 14-20

 

~ Le dirían a aquella montaña que viniera aquí, y vendría ~

 

El presente episodio, aparte de contener la imagen hermosa de un padre de familia desesperado por curar a su hijo, y de ubicarnos en el contexto de la fe, el poder de la fe, nos recuerda que para curar-liberar en nombre de Jesús, hay que adherirse a Él, en su mesianismo de servicio y de amor, descartando la ambición de poder y dominio.

La epilepsia del niño refleja la desesperación del pueblo que busca salir de la opresión usando la violencia. Los discípulos se dejaron confundir o impresionar por esta desesperación, al grado de desear una liberación más inmediata y con poder ––lo contrario del mesianismo de Jesús––, en lugar de confiar en el nombre de Jesús y en la oración.

Parece que así pasamos la vida, también hoy: con la tentación de cruzar la delgada línea que separa los procesos y proyectos de Dios para con nosotros y la comunidad humana, e intentamos tomar las riendas de la historia basándonos en las ideologías del momento, sobre todo, la del dominio y la violencia.

Hoy podemos entender este Evangelio como una luz de alerta que nos reclama poner atención respecto de la manera en que afrontamos la vida presente y futura; y en la forma de superar una cierta contaminación espiritual a escala universal que amenaza a la humanidad en su dignidad, incluso en su existencia, haciéndole ver su fe como ridícula e insensata. En verdad no es así. Todo lo contrario: nuestra fe, por incipiente que pudiera parecernos, contiene un poder inmenso, semejante al de quien mueve una montaña de lugar.

Igual que los discípulos de Jesús, también nosotros tenemos hoy necesidad de superar la pobreza de nuestra fe, de adherirnos a Jesús y de mantenernos del lado del proyecto de Dios, mientras acompañamos los proyectos de los hombres y los liberamos de las ideologías que intentan someterlos a nuevas formas de epilepsia personal y social.

Es fácil curar nuestras epilepsias: basta creer firmemente que Jesús es nuestro salvador y pedirlo con tanta fe como el padre de este niño, que aun de rodillas lo pidió a Jesús.

 

Oración:

Señor Jesús, yo soy ese padre desesperado, y a la vez el niño epiléptico. Reconozco mi poca fe y las ocasiones en que he pretendido la violencia injustificada y el dominio para corregir mi historia y la de mi familia. Qué difícil me resulta confiar todo a ti. Libérame de las ideologías de este mundo, que nublan mi fe y las determinaciones que desde ella he tomado para conducir a mi familia y a aquellos con quienes trabajo.

Permite que en mi hogar sea erradicada cualquier forma de epilepsia; que apenas aparezca el mínimo rasgo de esta enfermedad o de falta de fe, logremos juntos, en tu nombre, superarla. Señor Jesús, que creamos como tú quieres, y hagamos milagros tal como nos lo propones. Amén.

 

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