Martes 1 Octubre

Lucas 9, 51-56

~ No saben de qué espíritu son ~

 

Comienza la subida de Jesús a Jerusalén. Allá efectuará su éxodo (9,31), es decir, su liberación o salida de este mundo. Completará la misión para la que fue enviado. Lucas escribe que se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo. Jesús se propone enfrentar a Jerusalén como institución judía. Santiago y Juan, que deben preparar el camino de Jesús entre samaritanos, les anuncian que Jesús va a Jerusalén, pero como mesías nacionalista; por eso los samaritanos no lo aceptan. Estos discípulos no tenían claridad de las intenciones de Jesús en Jerusalén: enfrentarse con ella, a pesar del rechazo.

Santiago y Juan representan el espíritu de violencia; querían repetir el castigo de Elías: “¿Quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” (2Re 1,10.12), no sabían lo que decían. Ese no es el espíritu con el que Jesús ha venido para salvar a todos.

Nosotros diríamos: por última vez, por favor entiendan que Jesús no es un nuevo Elías reformista y violento; ni un Mesías nacionalista a la altura de nuestras necesidades temporales. Sin embargo, en ocasiones nos descubrimos igual que ellos, incapaces de aceptar el camino de la cruz.

Quienes seguimos a Jesús no podemos conducirnos, ni siquiera de forma ocasional, con intransigencia, intolerancia o fanatismo. El objetivo del Evangelio no es aplastar, avasallar o imponerse por la fuerza, despreciando otros modos de entender la vida y a Dios.

Busquemos ser tolerantes y pacientes como Jesús, porque el tiempo que vivimos es de misericordia de Dios, que ha decidido aplazar su justicia hasta el final.

No seamos del espíritu de Santiago o Juan, sino el mismo de Jesús, que eligió el camino del amor y la donación como única posibilidad de cambiar al ser humano y acercarlo al misterio de su Padre Dios.

¡Actuemos el mismo espíritu de Jesús!

Oración:

Señor Jesús, ¿qué sería de mi vida si las veces en que he perdido el rumbo, me hubieras permitido actuar con espíritu de violencia? Al verme reflejado en Santiago y Juan, te suplico que no dejes de darme tu mano. Cuantas veces intente yo obrar sin amor y misericordia, que otras tantas me recuerdes que ese no es el camino que estoy haciendo contigo.

Permite que junto con los míos, desde nuestro hogar, en el trabajo y en la comunidad, caminemos por un camino arbolado y florido, aunque entrecruzado de espinas, con espíritu de libertad, de justicia y de amor. Así, al modo tuyo, con tu mismo espíritu. Amén.

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