Domingo 23 Agosto
Mateo 16,13-20
Porque Pedro profesa su fe en Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, es integrado como roca en la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia; y recibe el poder de atar y desatar en la tierra, simbolizado en “las llaves del reino”.
Cuando Jesús preguntaba a sus discípulos; “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”, no tenía intención de saber su grado de popularidad, sino la profundidad con que lo estaban entendiendo. Porque es desde la intimidad de la relación que se puede descubrir su mesianismo.
Distinguir que Jesús no es solo un profeta, sino el Mesías Hijo de Dios, es algo que viene por revelación del Padre; tanto en este pasaje como en el de la Transfiguración del Señor, viene propuesto el camino para seguir a Jesús: la perfecta adhesión, la fidelidad a su misión. Se entiende que cada persona desde toda la historia de la salvación, se adhiere en Cristo para construir la Iglesia y su reino. Por eso, en este domingo, queremos reflexionar, ¿cómo se construye desde Dios?
Esto es muy importante si tomamos en cuenta que la gente del mundo construye desde el hombre. Es gente que no alcanza a ver más que profetas… cuando los ve. Un mundo que se sacude cualquier carga o responsabilidad. Que quiere interpretarse sin Dios. Y un mundo que ha fracasado en todas sus ideologías, en todo lo que pretende construir sin Dios.
En el bellísimo pasaje del Evangelio que escuchamos hoy, hay que hacer una distinción: cuando Pedro se ha ganado ser cimiento para la construcción de la Iglesia, la mejor traducción no es: “Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, sino: “Yo te digo a ti que tú eres piedra y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”.
Pedro, igual que cada uno de nosotros, por el bautismo y la relación personal con Jesús, somos automáticamente “piedras” de construcción en la Iglesia. Significa que estamos llamados a cargar el edificio espiritual, pero es hasta que Pedro profesa su fe, que recibe la categoría de “roca”. La piedra puede desecharse si no sirve para la construcción, pero la roca es inamovible, es el cimiento, lo que perdura a través de los siglos.
Nosotros hoy, nos sentimos llamados a construir desde Dios, y nos podemos preguntar: ¿Qué hemos construido? ¿Qué he construido desde mi soberbia, sin estar adherido a Jesús y qué he construido desde Dios? El Espíritu te dejará conocer cómo se construye desde Dios, pero la Palabra de este Domingo, nos permite meditar estas tres ideas:
Para construir desde Dios:
Profesemos la fe
Como Pedro, hay que profesar nuestra fe en Cristo, entendiendo que en esa profesión empeñamos toda nuestra vida. Quizá Pedro nunca imaginó que esta profesión de fe lo llevaría a entregar su vida. Todos recordamos la manera en que muere Pedro: cuando lo estaban crucificando, muy probablemente acostado sobre la cruz, clavándolo, él no se sintió digno de morir igual que su Señor, que aquel que es el origen de la vida y pidió que lo colgaran de cabeza.
En este tiempo en el que surgen nuevos y viejos enemigos de la Iglesia, en el que la misma Iglesia se depura y purifica, y en los que la fe pudiera sernos nebulosa, ¡qué importante adherirnos a Jesús, profesando plenamente que es nuestro único salvador y lograr ser roca!
Construir desde Dios es nuestro único camino. Cuando he encontrado gente solitaria, desgajada de su familia nuclear y sin pertenecer a ninguna otra, o a algún grupo, o sin tener siquiera un amigo cercano, de esas personas que viven en el abandono… y cuando otras tantas que viven en casa lo hacen como si estuvieran totalmente solas, me gusta preguntarles: ¿Es que a los años que tienes de vida no has construido nada? ¿No has sido capaz de construir la mínima relación de amor que te permita ahora gozar de eso que construiste? ¿Y no has construido nada en Dios?
Preguntémonos hoy: ¿Qué tenemos construido? ¿Qué tengo construido desde el hombre y qué desde Dios.