Viernes 31 Marzo
Juan 10, 31-42
~ “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios” ~
Los dirigentes siguen persiguiendo a Jesús. ¿Por qué no acaban de aceptar su misterio? Podemos dar varias soluciones: primero, porque los dirigentes judíos se afincan sobre su institución, y todo lo que no brota de ellos es considerado contrario o sin valor; segundo, porque los que obran perversamente detestan la luz —Jn 3,19—; tercero, porque rechazan la verdad, que suele molestar como juicio implacable; o, simplemente, por orgullo o soberbia.
Si recordamos bien, Jesús ha estado insistiendo en su origen: viene de su Padre Dios; y ahora en sus obras: son las obras de su Padre. En el fondo, nos encontramos con esta verdad: la humildad de Jesús contra la soberbia de los dirigentes judíos. Estos tienen miedo a ser puestos en evidencia o a ser destronados en las preferencias de la sociedad. Por eso recurren a la violencia. Ya que no pueden impugnar sus obras, pretenden tacharlo de blasfemo.
Es posible que nosotros también hayamos puesto peros a las credenciales de Jesús. Aunque decimos creerle, vivimos como si Jesús no fuera nuestro camino. Hoy podemos recoger el mayor principio de verdad: la evidencia. Aceptar que la semejanza de Jesús con su padre Dios, igual que la nuestra, no está en el poder, sino en las obras del amor.
Jesús les ha mostrado cómo es Dios y lo que hace por la persona humana; Jesús y el Padre tienen el mismo objetivo: dar vida al hombre.
Parece que en este pasaje de la escritura, la humildad se torna insustituible para aceptar a Jesús. Pero no la humildad como falsa modestia, sino como reconocimiento de lo que viene de Dios; de que aquello que podemos hacer no es don nuestro, sino suyo. ¿Hay aquí alguna blasfemia? No, por el contrario, es la mejor evidencia de nuestra filiación divina.
Si nos adherimos a Jesús, podremos llevar a cabo las obras de su Padre Dios y ser, a imagen suya, hijos del Padre.
Oración:
Señor Jesús, ayúdame a no incitar a la violencia ni la muerte; y menos si esta maldad brota de mi inseguridad, miedo o soberbia. Que logre distinguir tus obras de amor y el ambiente nítido de la humildad con que las realizas.
Permite que junto con mi familia consideremos muchas veces tus obras, y nos atrevamos a actuar como tú. Ayúdanos a creer por las obras. Amén.