Jueves 23 Marzo
Juan 5, 31-47
~ Las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo,
dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado ~
Siguiendo el texto del Evangelio de Juan, descubrimos que, además de los adversarios personales ––como los fariseos, escribas y demás dirigentes––, aparece un adversario implícito: la ley que, según la tradición, tenía el testimonio de Dios.
Jesús busca hacerles obvio su rezago. Propone que la única norma de conducta establecida por Dios sea la actitud en favor del hombre, antes que la Ley.
El punto que libera este litigio es el testimonio, aunque la Ley parezca tener un mayor valor; y sin que Jesús admita siquiera el testimonio de Juan, los remite al testimonio de sus propias obras.
¿Quién goza de autoridad divina: Jesús o la Ley? Solo Dios puede dirimir esta discusión. Por eso el argumento de Jesús es su misión divina. No se sostiene en el discurso, sino en sus obras; pues a través de estas obras, Dios ha dado testimonio de Él. Quien entienda que Dios es comunicador de vida reconocerá que las obras de Jesús vienen de Dios.
Después de este discurso sobre el testimonio, los dirigentes quedan expuestos ante los demás. Todos habrán entendido que ellos, cimentados en su pretensión de ser depositarios de la auténtica tradición, han perdido la alianza de Dios y han dejado perder el contenido de justicia y amor que Dios quería comunicar a su pueblo.
Hoy, después de dos mil años, nosotros hemos experimentado el amor de Dios, entendemos más que aquellos dirigentes y leemos mejor la escritura. Creer desde el testimonio de las obras que Dios realiza no es solo una forma de pensamiento o de idea, y mucho menos una pretensión; se trata de una acción concreta. Creer así es una forma de vida; la más bella.
Oración:
Señor Jesús, que mi fe sea siempre luz, libertad y amor en acciones concretas.
Permite que junto con mi familia multipliquemos el testimonio de tu amor. Amén.