Domingo 12 Julio
Mateo 13,1-23
La Palabra que Jesús quiere que recibamos, es la misma Palabra que ha dado principio a todo cuanto existe, es Él mismo, que desea hablar a los suyos desde lo más interno, para comunicarles el don de la vida y del amor.
Esta parábola del sembrador ha perdurado por estos dos mil años en el alma del pueblo creyente, porque está al alcance de la comprensión de la mayoría, pero sobre todo porque sigue provocando la imaginación, el anhelo y la respuesta de cada persona a dar de sí en las realidades espirituales.
Dios quiere entrar en cada uno como entra una semilla sembrada en la tierra, para alojarse en el misterio de la producción de la vida y ayudarnos a dar un salto mediante él, en el desarrollo de nuestra persona, nos quiere capaces de “ver y de escuchar” desde otro nivel de entendimiento, para entrar en relación con Dios.
Dejar que Dios se siembre en nuestro interior es tan importante hoy en día, cuando el mundo parece tan estéril, cuando el individualismo y el egoísmo nos lleva a producir satisfactores caducos pero no vida; en un mundo que, además, se ha vuelto hermético, ya nadie quiere escuchar a alguien y menos cosas de Dios; es también un mundo de procesos interrumpidos y de simulación.
En medio de ese mundo, nosotros queremos ser fértiles y dejar que Dios se siembre en nuestro corazón. Pero, ¿cómo iniciar esto? ¿Cómo constatar que Dios verdaderamente se está sembrando en mi persona interior?
Empezando por dar algunos pasos:
Dejemos que la Palabra se haga carne
Semejante a María, la Madre de Cristo. Porque la Palabra es persona, es la persona de Cristo que busca una relación íntima y comunitaria. Pero implica romper con las ideologías que incapacitan el mensaje de Dios; romper con mis paradigmas de siempre para ver más allá, más largamente, y para escuchar con otra capacidad.
Cuando se va permitiendo que Dios se siembre, vamos siendo capaces de esto. ¿Hasta dónde veían los santos, hasta dónde escuchaban a Dios? ¿Hasta dónde ves tú en este momento de tu vida y hasta dónde escuchas?
Podemos imaginar estas capacidades del alma; nos podemos atrever a ver y a escuchar de manera diferente, desde el lente de una Palabra que quiere llevarnos a trascender, desde el sentido de un oído que se sacia de una comunicación que los transporta a las realidades más hondas; y entonces, a entender el misterio del hombre, del mundo y de Dios.
Pero, ¿cómo se comienza a dejar que la Palabra tome carne, a dejar que Dios se siembre? Es preciso hacerla propia, al igual que has hecho propio algo que te parecía muy valioso… por ejemplo, cuando sufriste porque algún ser querido estaba enfermo o muriendo y hubieras querido sufrir en su lugar; como cuando alguna injusticia en la calle o el sufrimiento de cualquier indigente, te provocó el deseo interno de abrazarlo y de acompañarlo por un trecho de su camino para que experimentara que no estaba solo. Cuando tú has vivido algo así, sucedió que hiciste propio aquel sufrimiento y aquella persona. Así se recibe la Palabra, así se le hace propio, con su comunicación interna y con la comunicación de la persona divina que se adentra para dar fruto desde nuestra naturaleza.
Deja que Dios se siembre…