Jueves 30 Junio

Mateo 9, 1-8

 

~ Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa ~

 

Jesús, de regreso a su ciudad, encuentra en igual proporción fe que hostilidad. Quienes cargan al paralítico postrado en la camilla esperan el milagro de Jesús. Por su parte, los letrados no le dan crédito, sienten que Él se excede en sus atribuciones.

 

En el centro de este episodio encontramos una realidad grande; la persona humana tiene necesidad de los dos aspectos de la salvación: no solo la del cuerpo, sino la liberación de los pecados, la reconciliación con Dios. En tiempos de Jesús era más clara esta dualidad porque, en su cultura religiosa y social, un enfermo representaba el castigo o el abandono de Dios. Así, perdón y sanación iban de la mano.

 

Jesús traspasa la vida interior del enfermo. Por eso, lo primero que le quita es el peso de su conciencia de pecado. El efecto de esa primera liberación desencadena la otra: el restablecimiento de su enfermedad y la libertad para moverse con dignidad en medio del pueblo.

 

Jesús sana al enfermo, y así, a través de la imagen visible de la sanación, los letrados pierden en su reparo; y todos los asistentes pueden dar paso al hecho invisible del perdón de los pecados.

 

El enfermo y los cargadores habían formado una sola unidad, vinieron a Jesús con una fe grande. Consideremos que hoy también necesitamos formar una unidad semejante en nuestras estructuras familiares y sociales. También hoy somos los hombres en condición de muerte y con deseo de salvación los que estamos urgidos de encontrar la liberación. La fórmula está aquí: en saber pedir a Dios y entender no solo la salvación que aparece, sino la liberación interior.

 

Si lo pensamos bien, la clave para ser liberados, como personas y como sociedad, es la reconciliación. En sus tres referentes: con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con Dios.

 

La necesidad más grande que Jesús leyó en el corazón de aquel enfermo era esta: no ser rechazado, ser reintegrado a la comunidad, ser amado por Dios.

 

Perdonemos para sanar, dejémonos perdonar y sanemos.

 

Oración:

Señor Jesús, necesito de tu perdón. No sé cuántas veces he sido un enfermo por no estar en relación contigo y con mis hermanos. Ahora lo veo con claridad. Creo que he desperdiciado un torrente de salud que siempre estuvo a mi mano. Ayúdame a no vivir más que de esta salvación temporal y eterna que nos ofreces.

 

Permite que junto con los míos, en casa, formemos una sola unidad de fe y te encontremos cuando sea necesario para que nos perdones y nos sanes. Amén.

 

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