Viernes 17 Abril

Juan 21, 1-14

 

~ Apenas saltaron a tierra, vieron preparadas unas brasas

y un pez sobre ellas y pan. Les dijo Jesús:

“Traigan algunos de los peces que acaban de pescar” ~

 

Esta mañana de la tercera manifestación de Jesús resucitado a los discípulos, aparece llena de símbolos y en un fascinante ambiente de misterio. Los discípulos y Jesús pasan de la noche a la luz del día y de la presencia velada de Jesús a su constatación.

En el fondo de esta narrativa evangélica, encontramos grandes contenidos: intentar la misión sin la orientación de Jesús, es como pescar en la noche, no hay fruto; a Jesús se le reconoce en los símbolos y en la memoria del camino que hemos hecho junto a Él; y que la misión termina en la Eucaristía, en el compartir de los alimentos, como don de sí que alimenta a la comunidad.

Es probable que nosotros, después de nuestra primera cercanía con Jesús, después de nuestros sacramentos de iniciación, incluso después de haber servido en la Iglesia, nos encontremos como estos discípulos: con dificultades para reconocer a Jesús.

Para resolver esta dificultad: Intentemos reconocerlo desde dentro, pero considerando que es misterio; a diferencia de los discípulos, si vemos que Jesús aparece en la orilla de nuestras vidas, en la playa de nuestro nuevo amanecer, gocemos de su presencia luminosa y cálida; seamos conscientes de que su modo de aparecer, ante nosotros, es igual que hace dos mil años a los discípulos, sucede en un movimiento interior entre el reconocer y no reconocer.

Quien vive la presencia de Jesús, y lo reconoce al partir el pan, no puede más que seguir echando las redes al mar y acercar cada jornada su pesca a la hoguera eucarística del resucitado. Quien vive esta presencia, goza de reconocer al Señor así, en el misterio, sin necesidad de preguntarle si es Él. Quien vive así…, ya encontró la nueva vida de Dios.

 

Oremos:

Señor Jesús, déjame vivir tu presencia, haz de mis amaneceres un almuerzo eucarístico; que se agolpe mi corazón de solo intuir tu presencia, tu rostro iluminado por la hoguera y la sensación inagotable de tu paz.

Permite que en mi hogar, junto con mi familia, acudamos cada día a la playa de nuestros encuentros, en medio de la Iglesia y de la comunidad. Amén.

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