Viernes 14 Agosto
Mateo 19, 3-12
~ No todos pueden con eso,
sólo los que han recibido ese don ~
Los fariseos que ponen a prueba a Jesús dan por sentado que es posible repudiar a la mujer; empujan a Jesús para que decida en una controversia sustentada en Dt 24,1. Algunos se inclinaban por la escuela laxa del rabino Hillel ––el divorcio por cualquier causa––; otros, por la escuela rigorista de Shammai ––solo por adulterio––. Es la tentación de ejercer el poder a nivel doméstico. Jesús los lleva a una comprensión mayor, a considerar el proyecto creador en Gn 4-6; el hombre y la mujer constituyen un solo ser, en igualdad de condiciones y de posibilidades, con un vínculo que excluye la posibilidad de separación.
Jesús está enseñando el ideal del matrimonio humano. Al ceder Moisés a la obstinación del pueblo, lo único que ha conseguido es frustrar el plan de Dios. Quienes intentan de manera ordinaria e indiscriminada el divorcio, lo hacen debido a la dureza de su corazón; es decir, cerrados a la iniciativa divina. Y es que el matrimonio, la soltería y la vida consagrada son una vocación; estados de vida en los que Dios interviene para procurarnos su amor y su salvación. No todos estamos hechos para lo mismo. En cada vocación uno tiene que vivir la presencia de Jesús si quiere responder al don de Dios.
Hoy, después de dos mil años, nos es difícil aceptar que lo que Dios ha unido no lo separa el hombre. Sin embargo, podemos superar esta dificultad si consideramos que cuando el matrimonio se ha realizado con toda propiedad y madurez, no tiene por qué fallar. Y si somos conscientes de que, como sacramento, es el camino propio para salvarnos. Sin esta visión del proyecto de Dios en nuestras vidas, seguiremos cediendo a la obstinación de nuestro pobre y duro corazón.
Si cada vez que encontramos una dificultad en la vida viráramos de rumbo o nos escondiéramos, renunciando a la mínima responsabilidad del amor y de la vida, ¿adónde llegaríamos?
Cuando vivamos una dificultad como la que los fariseos han puesto a Jesús, pensemos dos cosas: ¿cuál es el “principio”con el que Dios dotó ese estilo de vida que estamos por vulnerar? Y, en segundo lugar, ¿cuál es nuestro llamado para pasar la vida y alcanzar la salvación? Hagamos un balance entre divorcio y vocación.
Oración:
Señor Jesús, enséñame a entender lo que tú unes y dispones para mi vida; deseo ser generoso para responder a la vocación que me has dado. No permitas que las ideologías del bienestar, del hedonismo o del mínimo esfuerzo perviertan mi corazón y lo cierren al plan que tienes para mí y para mi familia.
Permite que junto con los míos, encontremos en casa la razón creadora con la que has dotado cada vocación, y busquemos responder al don de tu amor, en el ejercicio de la unidad matrimonial y la generación de la vida en nuestros hijos. Amén.