Miércoles 11 Septiembre

Lucas 6, 20-26

~ Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios ~

 

Nos encontramos en el llano, el lugar en que Jesús, después de haber orado toda la noche, escogió a los doce apóstoles entre sus discípulos. Ahora comienza el gran sermón del llano, que aparece también en el Evangelio de Mateo de forma estupenda, con el discurso del monte (cfr. 4,25-8,1).

Jesús se dirige a sus discípulos. Les propone dos horizontes ––uno de felicidad y otro de desdicha–– para que reconozcan, desde el inicio de su instrucción, la forma de invertir los valores de la sociedad. A partir de ahora, los ricos y cuantos se desentiendan del dolor y sufrimiento de los pobres se estarán excluyendo del reino de Dios y, por lo mismo, su futuro será de miseria y de llanto.

Jesús deja claro que quienes lo seguimos hemos de optar por la pobreza; que no significa decidir vivir de forma paupérrima o sin dignidad, sino todo lo contrario: vivir de manera tan plena las realidades del mundo, que estemos dispuestos a trascenderlas en favor de los demás. Estos nuevos pobres, que podemos ser nosotros, optamos por construir una sociedad justa, y por eliminar, en la medida de nuestras posibilidades, la causa de la injusticia.

La pobreza que padece la sociedad, la pobreza que se nota en el hambre y el dolor de muchos, solo puede ser abatida, en consonancia con los preceptos de Jesús en estas bienaventuranzas y sentencias, invirtiendo los valores de nuestra sociedad e instaurando su reino.

Si alguna vez hemos soñado acabar con el hambre del mundo por medio de una redistribución de los bienes de la tierra, por medio de la violencia o la imposición, parece que nos equivocamos. La propuesta de Jesús es clara: invirtamos los valores de nuestra sociedad, a nivel familiar, de grupo y de comunidad, y notaremos el cambio.

Es simple: probemos invirtiendo los valores en nuestra casa, y entenderemos lo que Jesús ha enseñado hoy a sus discípulos.

 

Oración:

Señor Jesús, me encanta tu propuesta. Hace tiempo que no pensaba lo suficiente ni en el sufrimiento y dolor de los más pobres, ni en la alegría y la risa que mencionas en el llano. Creo que a mí me hacen falta las dos. Ya no recuerdo la última vez que estuve tan alegre y risueño como para sentirme libre, realizado y feliz. Si para experimentar ese tesoro necesito entenderme de los pobres y de mi propia pobreza, te pido que me ayudes. Que yo me atreva a invertir los valores con los que vivo mi día a día para empezar a seguirte. Que goce de igual manera al considerar a mis hermanos más pobres.

Permite que en casa, junto con los míos, experimentemos una sociedad familiar nueva, en la que todos podamos reír y gozar de la transparencia de tu reinado. Amén.

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