Domingo 12 Abril Domingo de Resurrección
Mateo 28, 1-10
En cada Pascua que celebramos recibimos una vida nueva. El camino de Cuaresma, como camino de conversión nos ayuda a despojarnos del orden injusto al que nos habíamos acostumbrado. Al amanecer del primer día de la semana, como escuchamos en el evangelio de Mateo, comenzamos una nueva vida, en un mundo también nuevo. Porque la Pascua es una nueva creación.
Nos ubicamos junto a esas dos mujeres: María Magdalena y la otra María que fueron a ver el sepulcro. Nos encontramos en la mañana de nuestros propios hallazgos, en la luz de un nuevo día y de una nueva creación. Como si despertáramos de un sueño profundo, tenemos necesidad de entender poco a poco hasta alcanzar una conciencia plena. ¿Y qué descubrimos? Que estamos libres de nuestras antiguas ataduras, que es tiempo de salir al nuevo mundo y estrenar nuestra nueva vida. No llegamos hasta el día de la resurrección para seguir viviendo igual. ¿En qué hemos cambiado? ¿Y cuánto tiempo deseamos vivir bajo este nuevo orden de vida?
Es necesario considerar los dos mundos: el del antiguo pecado y el de la nueva libertad. A veces necesitamos de un terremoto, como aquella mañana; pero un terremoto interior que nos sirva de manifestación divina, que nos atestigüe la muerte y la resurrección de Jesús. Pero basta leer los signos para comprender el nuevo mundo. El Ángel que hizo rodar la piedra que tapaba el sepulcro, se anticipa a nosotros para quitar la separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Estrenar la vida nueva en nosotros implica el gozo de vivir una vida sin límites, una vida que no se agota.
Vivamos la vida del bautismo
Es decir, la vida como un continuo dar muerte al pecado y al mal en el nuevo mundo. Implica un sentido misionero y un ejercicio que se hará cotidiano: estar saliendo del orden de injusticia y de egoísmo, toda vez que el mundo nos quiera someter con sus categorías de tinieblas.