Domingo 27 Septiembre

Mateo 21,28-32

 

Hacer la voluntad del Padre que envía, es el punto de llegada de todo cuanto hacemos en la vida; encontrar ese punto de llegada, podría convertirse en todo un camino de espiritualidad, porque no se lo alcanza si no es en la fidelidad de nuestras relaciones con Dios y con los demás, con los que compartimos la vida.

En el Evangelio, una parábola tan pequeña, logra desencadenar esta reflexión interior en nosotros; nos preguntamos si en este momento de nuestra historia, estamos siendo el primer hijo de aquel padre que envía a trabajar en la viña, el hijo que engaña al padre, haciéndole creer que sí irá, que sí desea dar cumplimiento a su mandato, a su voluntad, pero que en realidad ni por un momento ha pasado por su mente responder a tal envío. Detrás de una aparente fidelidad se esconde una infidelidad sistemática. La relación de este primer hijo con su padre, bien puede ser una relación inconsistente, evasiva… de infidelidad.

O si estamos siendo el segundo, el que es franco, que se permite expresar sus reticencias pero que, al final, responde, quizás porque descubre que de cualquier manera su vida cobra sentido si cuanto hace está ligado a un proyecto común, de familia, o a una voluntad que tiene un valor último, superior al de su propia voluntad.

Tanto para el primer hijo como para el segundo, la tensión del envío es la misma: hacer la voluntad del padre.

¡Qué gozo del corazón, al recrearse en esta Palabra de Jesús, y permitirnos por esta semana, poner en duda nuestra fidelidad! Aceptar que somos vulnerables cuando dejamos de revisarnos. ¡Cuánta seguridad y descanso si logro distinguir que cuanto hago, tiene un sentido trascendente en el proyecto de Dios!

¡Qué importante el descubrir como lo hacía San Agustín en el Siglo IV, que no se puede ser fiel a Dios y ser infiel al hombre. Descubrir que todas nuestras relaciones son tensadas por esta verdad: fiel a Dios en la fidelidad a mis hermanos.

¡Qué importante revisar la fidelidad de nuestras relaciones, especialmente ahora, cuando el mundo vive tantas relaciones superficiales, relaciones de ventaja o de simulación que oscurecen la comunicación de la voluntad de Dios!

Pero, ¿cómo medir la fidelidad de nuestras relaciones en la familia, en el grupo de amigos con los que nos acompañamos en la vida y en la vida de fe; y en las relaciones con quienes presto o recibo servicios?

 

Venzamos la simulación

Detrás de la simulación, se esconde una infidelidad sistemática.

Puede sucedernos que estamos tan acostumbrados a vivir nuestra voluntad, que la confundimos con la de Dios, el Padre que envía. Y realmente estamos sometiendo a los demás a nuestra egoísta voluntad, siendo infieles a Dios, a los demás, incluso a nosotros mismos. ¡Qué terrible es estar en el error sin darse cuenta! ¿Te ha pasado?

La fidelidad de nuestras relaciones nos responsabiliza a todos para vencer la simulación. A veces hace falta una palabra honesta, nacida del corazón y, por tanto, una palabra de amor para ayudar a mi familiar, a mi amigo o a alguien más con quien desarrollo mi trabajo, para retirar la simulación.

Es sencillo descubrir la simulación; a veces en nuestra familia, sabemos que alguien está en el error, pero no se lo decimos para no lastimar, para no incomodar; sin embargo, es preciso desenmascararla, para que emerja la transparencia de la fidelidad en nuestras relaciones. Así buscamos, también, una voluntad que nos supera, la voluntad del que tiene un proyecto hermoso para todos.

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