Sábado 23 Septiembre

Lucas 8, 4-15

 

~ Lo que cayó en buena tierra, son los que,

después de haber oído, conservan la Palabra

con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia ~

 

La parábola del sembrador, que en Mateo 13,1 y en Marcos 4,1 aparece pronunciada a la orilla del lago o mar de Galilea, nos es presentada por Lucas durante un alto en el camino. Y nos enseña las disposiciones tan diferentes con que un seguidor de Jesús puede escuchar-recibir el mensaje.

 

Los discípulos ya habían conocido las exigencias del reino, sus secretos (cf.8,1): opción por la pobreza (6,20), aceptar la persecución (6,22), el amor que excluye toda violencia (6,27-36), la universalidad (5,12-39); sin embargo, piden una explicación sobre la parábola del sembrador. ¿Por qué no la entienden? Una razón es que la atención pasa de la semilla del Reino a la semilla de la palabra. Más allá de la expansión del reino, donde Jesús fue rechazado, ahora se trata de la eficacia de la Palabra en los miembros de la comunidad.

 

Aunque muchos de nosotros ya no labremos la tierra, podemos entender que quienes siembran una parcela viven un momento difícil; lo hacen y se introducen a una espera angustiosa, llena de inseguridades. Quienes siembran no están seguros del futuro de su semilla. Esparcir la semilla siempre será un signo de confianza y de esperanza.

 

Al recibir este Evangelio, esforcémonos por entender que la semilla de la Palabra de Jesús es eficaz y está calada. Depende de nuestra buena tierra el que se convierta en una alegría inmensa para nosotros y para nuestros semejantes.

 

La salvación que Jesús nos trae no se logra de manera automática, requiere de nuestra colaboración.

 

¡Hagamos nuestra parte! Pongamos nuestra buena tierra para la Palabra de Jesús; lo demás será una espera confiada y una alegría progresiva.

 

Oración:

Señor Jesús, me descubro lleno de piedras y de abrojos. Ayúdame a convertir mi alma en tierra buena para tu Palabra. Llévame de la mano en tu pedagogía de la libertad y del amor que predicas. Que yo permita el ingreso de tu Palabra en mi vida, sin interpretarla neciamente, sin asfixiarla ni hacerla vana.

 

Permite que en mi hogar formemos un campo fértil a través de actitudes concretas de la escucha, la conversión y el servicio, para que nos regales el fruto de tu vida. Amén.

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