Viernes 11° Ordinario. Mateo 6, 19-23

~ No acumulen riquezas en este mundo; las riquezas de este mundo se apolillan y se echan a perder y los ladrones entran y las roban. Más bien acumulen riquezas en el cielo, donde ni polilla ni carcoma los echan a perder, donde los ladrones no abren boquetes ni roban. Pues donde tengas tus riquezas, allí tendrás también el corazón. Los ojos son la luz del cuerpo. Si tus ojos son limpios, todo tú serás luminoso; pero, si en tus ojos hay maldad, todo tú serás oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz no es más que oscuridad, ¡qué negra será tu propia oscuridad! ~

Encontramos en este texto, el desarrollo de la primera bienaventuranza: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (5,3). Quienes desean vivir la realidad del Reino, están llamados a renunciar de manera concreta a la riqueza. Y es que el Reino tiene este imperativo de moldear la personalidad de quienes se integran como ciudadanos. Si aceptamos que el hombre se define por los valores que estima y las seguridades que busca, entendemos que Jesús nos perfila libres del afecto a los bienes materiales.

Pero no se trata solo de dejar de acumular riquezas, sino de cambiar de estilo de vida. Ahora una vida generosa en la que, en lugar de atesorar-embodegar bienes, compartamos las riquezas.

Si lo pensamos bien, el momento histórico que nos toca vivir, necesita mucho de estas maneras. Si tan solo los que más tienen abrieran un poco sus arcas, aligerarían el drama de la pobreza universal y la crisis de economía en la que nos encontramos atorados. Sin embargo, el texto evangélico va más lejos. Lo que está en juego no es solo el factor material, sino nuestra fidelidad a Dios. Este es el punto de llegada de Jesús, quien atesora desordenadamente, se convierte en un idólatra de los bienes materiales; estos se convierten en su dios.

 

El verdadero tesoro del ser humano, no se puede acumular, lo trae en sí mismo. Es el don de Dios y su sabiduría para discernir lo que es eterno de lo que es perecedero, lo que nos es propio y lo ajeno. Podríamos medirnos en una balanza: ¿Cuánto llevo conmigo que me es propio, y cuanto lo ajeno? Y así sabré que tan libre soy y qué tan auténtica es mi vida.

No acumular riquezas, no está peleado con ser previsores, ni con dejar de gozar de los bienes materiales; pero sí lo está con la posesión y el uso que hacemos de estos bienes. Pues lo más importante para el verdadero discípulo de Jesús, es la posesión de su espíritu que se basa en no depender de los bienes materiales.

Nos damos cuenta que la más grande riqueza que tenemos, es la posesión de nuestro espíritu; esa posesión que no se ve afectada por las riquezas materiales, sino por la experiencia del amor.

Oración:

Señor Jesús, no sé qué tan rico soy en mi espíritu, a veces siento miedo de pasar la prueba. Ayúdame a depender cada vez menos, de los bienes materiales. Que pueda descasar cada día confiado en que tú nunca me abandonas. Que mi riqueza seas tú y tu proyecto, que logre ser dueño y señor de mí mismo para vivir sin otras necesidades.

Permite que los míos experimenten la pobreza espiritual, que juntos gocemos de no acumular, sino de repartir, de hacer de nuestras vidas, una continua ofrenda de amor. Amén.

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