Miércoles 12 Agosto

Mateo, 18, 15-20

 

~ Y todo lo que desaten en la tierra

quedará desatado en el cielo ~

 

La comunión entre los discípulos de Jesús no es algo opcional, sino esencial. Sólo en comunidad el discípulo puede alcanzar la plenitud del don de Dios.

 

La ofensa crea división, va en contra del ideal de Jesús. Hay que reparar cualquier división lo antes posible: primero persona a persona; y considerar que el ofendido es quien ha de tomar la iniciativa de conciliación. Esto nos cuesta mucho trabajo, pues normalmente el ofendido asume una actitud estática y demanda una disculpa. Aquí opera al revés. El que es más consciente del valor del vínculo que se ha puesto en riesgo, con humildad y en virtud de este valor y del amor a su hermano, está llamado a hacérselo saber a solas. Muchas veces, el que nos ha ofendido ni siquiera se da cuenta. Hay que hacérselo saber. El ofensor, por su parte, debe reconocer su falta.

 

Solo una persona cerrada o necia es incapaz de admitir su error y aceptar la reconciliación que se le ofrece por todos los medios. Si alguien se rehúsa ante la misma comunidad, es como quien no conoce a Dios. Aquí aparece una de las facultades de la comunidad: reconciliar o expulsar (cfr. 16,19), lo cual quiere decir: desatar o atar. Y esta decisión de la comunidad es refrendada por Dios. Es que las decisiones en la comunidad de Jesús, y ante Dios, no se toman a la ligera; la eficacia de las decisiones comunitarias no se debe al parecer humano, sino a la presencia de Jesús entre los que se han reunido en su nombre.

 

Pensemos que el valor central de la comunidad es la caridad. Por eso no se la puede poner en riesgo. La caridad es su alimento; y es que los que se pertenecen en Cristo, en cada comunidad de vida, pequeña comunidad cristiana, Iglesia parroquial o diocesana, están llamados a tutelar esta presencia amorosa suya.

 

Viene muy bien que nuestra unidad en la oración sea garantía de la presencia de Cristo, y que la corrección fraterna constituya una actitud ordinaria de nuestra vida cristiana. Quién más, quién menos, todos necesitamos de esta mediación de la corrección en la caridad.

 

¡Mediemos movidos por el amor!

 

Oración:

Señor Jesús, gracias por recordarme que no me debo a mí mismo, sino a mis hermanos y a ti. No permitas que mi soberbia me lleve a rechazar la conciliación y el perdón. A veces me descubro autosuficiente y, por lo mismo, falto de sensibilidad para alimentar los lazos de amor y servicio a los demás. Hazme saber cuando ofenda a cualquiera de mis hermanos o a ti mismo, corrígeme antes de excluirme del vínculo de tu amor.

 

Permite que junto con mi familia formemos la comunidad que tú deseas; que siempre estemos dispuestos a aceptar nuestros errores y hacer posible la mediación del amor. Amén.

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