Miércoles 2 Agosto

Mateo 13, 44-46

 

~ Lleno de alegría,

va a vender todo lo que tiene y compra el campo ~

 

El Reino de los Cielos se descubre y luego se elige como único y definitivo proyecto en el cual se ha de gastar la vida.

 

En el mundo actual, atraído hacia los medios de producción y la economía global de bolsa y de mercado, las categorías del tesoro y de la inversión son muy cercanas. Una gran parte de la población humana no piensa en otra cosa que generar seguridades de tipo material y conquistar peldaños de posicionamiento en la lucha de mercados. Esta tendencia, casi natural, está quintada por las necesidades más profundas del ser humano. Es verdad: quien más, quien menos, todos necesitamos asegurar la estabilidad de consumo, salud, imprevistos, desarrollo de los miembros de la familia y del futuro. Sin embargo, más allá de estas necesidades, encontramos las aspiraciones realmente profundas de nuestra persona: trascender en el mundo, ser universales, alcanzar la perfección personal; y, por supuesto, gozar de los trascendentales: la verdad, la bondad y la belleza. Y hasta el fondo de nuestro camino, vivir para siempre. Sin esta visión trascendente de la vida, las categorías del Reino que nos presenta el Evangelio de hoy no se entienden con claridad.

 

Resulta apasionante que cualquiera de nosotros llegue a una encrucijada como esta: encontrar un tesoro en un campo, el cual tenemos que comprar; y encontrar una perla de gran valor y deshacerse de cuanto se tiene para comprar solo esta perla o este campo.

 

Existen muchas personas, en este nuestro tiempo, que viven sin ilusiones; incluso creyentes que han bajado la guardia en la lucha por construir las realidades del Reino. Unos y otros pasan la vida de manera aburrida, estable y con un porvenir medianamente asegurado. Pero en un cierto punto de su existencia, se descubren insatisfechos e incompletos. Para ellos y para quienes no hemos llegado a ese momento, estas dos parábolas tan pequeñas constituyen una alegre noticia, una aventura y un proyecto inagotable de vida.

 

Hoy podemos asumir que el Reino de Jesús exige un compromiso total, y que no se lo vive con sufrimiento ni con un esfuerzo ascético, sino por la alegría de haber descubierto un valor insospechado e incomparable.

 

¿Cómo nos descubrimos hoy? ¿Somos inversionistas y buenos comerciantes? Aquí aparece la mejor inversión ante nuestros ojos. Solo nos falta invertir en las realidades del Reino como único y definitivo proyecto; y gastar en él lo que nos resta de vida.

 

Oración:

Señor Jesús, perdón, porque me da miedo apostar a tu proyecto. La mayoría de las ocasiones confío más en lo que produzco materialmente que en lo espiritual. Al escuchar este Evangelio, descubro que ambas realidades de nuestra naturaleza humana van en juego. Cuando crezco en bienes materiales, debería crecer igual o más en los bienes espirituales. Reconozco que me da miedo abandonar mis prácticas de manipulación empresarial o comercial con las que aventajo a mis competidores; para apostar solo por las exigencias de justicia, de paz y de verdad que propones en tu Reino. Enséñame a trabajar de manera justa, limpia y responsable para ganar mi sustento, y a trabajar con el doble de energía para comprar la vida de tu Reino.

 

Permite que en casa, los míos y yo comprendamos que la mejor inversión de nuestras vidas no es de tipo material; y que apostar por tu Reino nos saca de la desilusión, la tristeza y la desesperanza en la que a veces nos mete el mundo. Amén.

 

 

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