La Oración Que Salva
Sábado 13 Marzo
Lucas 18, 9-14
~ ¡Oh, Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador! ~
La salvación no es fruto de nuestros méritos, como pensaba el fariseo, sino gratuidad de Dios.
Hoy corremos el riesgo de equivocar nuestra relación con Dios; pretender que somos buenos porque vivimos bien nuestra religiosidad. Igual que sucede con el fariseo. Pero, ¿no sería soberbio? ¿No va implícita la tentación de cantarle a Dios nuestra fidelidad? ¿Dios debería estarnos agradecido de que nos portamos bien con Él?
Vivir la religión, la relación plena con Dios, implica siempre un acto de humildad ante Él; y, a la vez, una actitud de servicio y amor hacia los demás. Por muy en paz que nos sintamos al vivir nuestra religión, no nos corresponde condenar a los demás. A los que parece que no son como nosotros; porque es posible que se nos adelanten en la salvación.
Si queremos que nuestra oración suba al cielo, hagamos que brote de nuestro corazón humilde, es decir, necesitado de Dios.
La gran distinción entre el fariseo y el publicano, además de su actitud, es la manera en que piensan a Dios: el fariseo lo entiende como un administrador fiel y contable, que asienta en libros los méritos de todos. El publicano entiende a Dios como santo y compasivo ante el cual todos somos pecadores. Jesús está enseñando que Dios es padre misericordioso, dispuesto a perdonar y darnos vida plena.
¿Tú cómo piensas a Dios?
Hagamos que nuestra oración nos salve, que nos posibilite regresar a casa justificados.
Oración:
Señor Jesús, qué bien se siente dar un paso atrás ante tu altar. Me quiero detener un poco en el ritmo de mi vida; repensar la forma en que hablo contigo y en que sirvo a los demás. Reconozco que me hace falta un corazón más humilde.
Permite que mi liderazgo en el trabajo no empañe la imagen que tengo de ti y de tu Padre; que tu espíritu de amor llene de ternura mi corazón y el de mi familia, para que oremos con humildad. Haz que nuestra oración nos salve. Amén.