Lunes 22 Marzo

Juan 8, 1-11

 

~ “Aquel de ustedes que esté libre de pecado,

que le arroje la primera piedra” ~

 

Los escribas y fariseos proponen que la pecadora muera apedreada, la consecuencia lógica de aplicar la ley de Moisés.

Es probable que a primera vista, la actitud de estos rigoristas de la ley nos parezca grotesca o condenable; sin embargo, si lo pensamos bien, ellos no eran mucho peores de lo que nosotros somos ahora. La tendencia a juzgar y a condenar basados en la ley y en la interpretación convenenciera de la ley, todavía hoy es bastante común. ¿O no?

Jesús pudo remitirlos a la autoridad del sanedrín o al consejo de los judíos. Ellos decidirían dictar, o no, la sentencia capital a la mujer, para que la ejecutaran los romanos. No obstante, prefiere mostrar un juicio más cercano y social. Resuelve mostrando el corazón de Dios, en contraposición al corazón de los acusadores. Los desarma, al abrir sus conciencias ante sí mismos, con la intención de dejarles sentir una justicia mayor para todos, la del amor. Es posible que en esta percepción hayan deseado, desde lo más íntimo, una justicia como esta para sí mismos.

Por su parte, la mujer, a quien podemos imaginar tirada en el suelo el tiempo que duró la acusación, con el rostro agachado, a escasos cuarenta centímetros de la tierra, encontró en Jesús a un juez de vida y de amor. Oiría las palabras de unos y otros sin mirar a nadie; pero cuando escuchó a Jesús llamar a la conciencia individual de los presentes, entendió la manera en que opera la misericordia de Dios. Descubrió que su perdón es un acontecimiento único y personal; y que este suceso estaba ocurriendo de forma especial para ella. Recuperó su vida y su dignidad. Vio algo que muchos tardamos en percibir: que el perdón nos introduce a una nueva vida, libre de oscuridades y miedos; una vida de nuevos retos; sobre todo, una vida más cercana y coherente con Dios y con los demás.

¡Invirtamos nuestros juicios! Intentemos el encuentro personal con los condenados de este mundo, desde nuestra conciencia individual. Seguro que seremos mejores jueces que antes.

 

Oración:

Señor Jesús, gracias por preguntar sobre mis culpas. Yo, igual que los maestros de la ley de tu tiempo, me reconozco juicioso y condenador. Deseo grabar en mi alma esta imagen bella, la del juicio a la pecadora, para procurarme como un mejor juez.

Que en mi familia todos intentemos ser los mejores jueces, los que no tengan que condenar, sino remitir al propio orden interior. Los que perdonemos con un juicio más humano, personal y de amor. Amén.

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