Miércoles 7° Pascua. Juan 17, 11-19
~ Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. ~
Siguiendo la oración final de Jesús, en este punto encontramos la manera en que su amor se dilata. La continua conciencia de despedida arranca a Jesús nuevas formas de pertenencia y nuevos deseos de mantenerse en la unidad perfecta.
Sus discípulos han de elevarse en la relación de amistad con Jesús, igual que nosotros hoy, después de estos dos mil años. Y el modo es similar: Jesús usa la expresión: “…los que me has dado”. ¿Qué se siente saber que somos de Jesús, porque su Padre Dios así lo ha querido? Es al menos inspirador, y nos ayuda a valorar que en nuestra relación con Jesús está implícito el misterio de Dios.
¿Cómo se entiende ser uno como Jesús y su Padre? En unidad perfecta de conocimiento y comunicación de vida y de amor. Pero ser uno como lo es Dios, y ser uno con Dios, no nos exime de vivir en medio del mundo, ni tampoco de sostenernos con la verdad del Espíritu sin contaminarnos.
Nosotros, los discípulos de hoy, semejándonos a los de entonces, estamos enviados en medio del mundo como signo de una vida trascendente, la de nuestra amistad con Jesús-Dios. Y nos consagramos en la verdad toda vez que asumimos el don de Jesús, y nos dedicamos a comunicar la vida y el amor de Dios. Esta es la alegría colmada que podemos tener igual que la de Jesús: experimentar que participamos con el Espíritu de Dios, dando de su vida al mundo.
Oración:
Señor Jesús, me produce gozo saber que me amas con un amor tan pleno como lo es el amor de amistad; y me alegro de saber que me has santificado desde el bautismo. Ahora caigo en la cuenta de que estoy llamado a vivir de una manera que no coincide con aquella que propone el mundo: a vivir mi vida trascendente. Esa vida que solo voy a completar en la experiencia de amistad contigo, por el Espíritu de verdad.
Permite que junto con mi familia estemos dispuestos, todas las veces, a ir en medio del mundo, como tú nos mandas, a comunicar, no una doctrina, sino la experiencia de tu amor, y la intensidad de vida con la que nos elevas a ti. Amén.