Viernes 29 Diciembre
Lucas 2, 22-35
~ Su padre y su madre
estaban admirados de lo que se decía de Él ~
Las pupilas del anciano Simeón, en lugar de apagarse con el paso de los años, le dieron una visión mayor. La luz de su fe le permitió descubrir, en aquella presentación rutinaria, a la pareja pobre (la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones, era la ofrenda de los pobres), María y José, como una pareja distinta, y con un niño único, el Mesías de Dios.
Podemos imaginar lo que vio Simeón: vio a la Virgen que ofrecía a su Hijo, vio cumpliéndose el misterio de salvación. Quedó pasmado ante la presencia del Niño Dios y de su Madre, María. Constató que Dios cumple y que Dios vino a visitarnos por mediación de María. Y apenas vio esto, tembló su corazón, al prever y profetizar que el misterio frente al cual se encontraba, llevaba implícito el sufrimiento, la muerte y la reconstrucción de Israel.
Es probable que cuando el Anciano Simeón dijo a María: «Este hijo tuyo será un signo de contradicción y una espada te traspasará el corazón», ella no haya quedado invadida por el temor. Habría recordado las palabras del Ángel en La Anunciación: “No temas María”. Ahora interpretaría que es de temer la responsabilidad de ser la Madre de Dios; pero igual, con la luz de su fe, se diría: “Si llevo a Dios, es porque Él me lleva a mí”.
Oración:
Señor Jesús, ¡Qué grande y bella resplandece tu Madre! Quisiera tener la luz de la fe que abrió las pupilas del anciano Simeón, para esperar siempre tu manifestación.
Que nuestra familia ame el misterio de tu muerte y resurrección. Y que juntos acompañemos a María viviendo nuestras incertidumbres, sufrimientos y corazones traspasados, confiados en que Tú nos llevas también. Amén.