Jueves 8 Abril
Lucas 24, 35-48
~ Se asustaron y despavoridos, creían ver un fantasma.
Pero él les dijo: “¿Por qué se espantan, y vienen esas dudas a su corazón? Miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Tóquenme y vean que un fantasma no tiene carne ni huesos como ven que tengo yo” ~
A pesar de las anteriores experiencias con el resucitado, los discípulos siguen sin concebir que la vida pueda vencer la muerte, que Jesús tenga una nueva presencia. No entienden el cuerpo glorificado de Jesús. Él les muestra que su existencia no es como la de antes; y aunque les parezca incomprensible, es real.
Al mostrarles las manos y los pies, pretende que conecten su identidad: es el mismo crucificado, pero con una existencia corpórea y a la vez espiritual, que se puede tocar. La presencia de Jesús es tangible. Constatan que la resurrección no ha borrado los signos de la cruz. Tendrán que interpretar que la vida después de la muerte no abandona la condición humana, sino que es la misma expresión pero liberada y llevada a la alegría plena.
Nosotros hoy, igual que los discípulos de hace dos mil años, somos enviados como testigos de esta vida nueva. Si consideramos racionalmente lo que hemos encontrado aquí, es probable que modifiquemos el modo de tratarnos, en el cuerpo y en el alma. Podemos intentar que nuestra existencia sea más real, incluyendo en nuestra memoria y en nuestras relaciones, los signos de nuestra cruz, asombrándonos del misterio de nuestro paso de la muerte a la vida, y dándonos al estilo de Jesús.
¿Cómo existimos, después de nuestra pascua, cómo desde nuestra relación con el resucitado?
Oración:
Señor Jesús, cómo deseo experimentar tu presencia de resucitado. Me adelanto a amarte así, en tu condición humana, pero glorificado. Deseo ser tu testigo, así es que regálame la experiencia de tu paz, como la diste a tus discípulos. Que no necesite tocar tus heridas de la cruz, pero que si me regalas el don de esa comprensión mayor, no descanse hasta encontrarme como tú, en mi propia pascua y resurrección.
Permite que en mi casa, tengamos la sensibilidad y la apertura de mente y corazón para asimilar tu presencia nueva, a través de tu Palabra, de la Eucaristía y del amor que nos concedes. Amén.