Lunes 18 Noviembre
Lucas 18, 35-43
~ ¿Qué quieres que haga por ti? Él dijo: Señor, que vea ~
La ceguera del que estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna, nos remite a la incomprensión de los discípulos (18,34), y nos sirve de imagen para comprender lo que en aquel momento sucedía.
El camino, apretado por el paso de carros y de personas, representa el lugar donde no penetra el mensaje de Jesús. Quienes lo acompañan en este trayecto de Jericó, todavía desean que Jesús sea ese nazoreo, es decir, el retoño de Jesé (Is 11,1), que se convierta en mesías nacionalista. Debió de ser incómodo para Jesús volver a escuchar las pretensiones mesiánicas de cuantos lo acompañaban en aquel trayecto. Incluso los gritos del ciego: Hijo de David.
Con todo y estas imprecisiones, en cuanto a la comprensión de su persona y de su mensaje, la petición del ciego le resulta inaplazable: ¡ten compasión de mí! Aunque parezca atrevido lo que voy a proponer, creo que Jesús puso a prueba al ciego. Le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti?, y así le da oportunidad de clarificar su deseo de ver y su fe.
Tomemos en cuenta que en ese mismo camino, el ciego pide limosna todos los días. Es el camino sobre el que pasan los ricos en carruajes, y por el cual transitan los poderosos que van a Jerusalén. Es muy probable que la primera intención del ciego fuera esta: que Jesús le diera una limosna; y cuando alcanzara el poder en Jerusalén, le dispensara alguna consideración. Sin embargo, los pasos que separaban al ciego de Jesús en aquel camino, y la pregunta que le hace Jesús, lograron modificar el pensamiento y la fe del invidente. Como si en un abrir y cerrar de sus ojos nebulosos, le hubieran sido claras muchas cosas. Entonces no le pidió limosna, sino ser independiente, valerse por sí solo, poder caminar por el mismo camino, con libertad y dignidad; en otras palabras, ver.
La figura de este invidente de Jericó nos es muy oportuna, sobre todo si en momentos de nuestro propio camino de vida sentimos que no vemos con claridad, y que permanecemos de cuando en cuando al margen del camino.
Por lo demás, hay que preguntarse cómo podemos ver. Al ciego del camino Jesús le declara: Ve, tu fe te ha salvado; si nosotros queremos ver, hay que tener fe; pero… ¿fe en qué? En el amor a Dios. Es la única que derrota toda desesperanza y todo mal.
Pongámonos de pie, crucemos el camino, modifiquemos nuestra petición a Jesús y seamos libres; veamos como si nunca hubiéramos tenido la vista.
Oración:
Señor Jesús, sácame de la orilla del camino; haz que tu mensaje penetre en mí como los primeros rayos de luz en los ojos del ciego de Jericó. Ayúdame a descubrir que permanezco en mis oscuridades interiores y de relación con los demás de una manera irresponsable. Haz nacer en mí el deseo de ver, de ser libre y de comprender en profundidad la salvación que nos ofreces.
Permite que junto con los míos, desde nuestro hogar y en nuestro entorno, ayudemos a muchos a ponerse de pie para ir a tu encuentro. Y que siempre que te pidamos con fe: “¡Señor, que vea!”, gocemos del colorido del mundo en que vivimos y del rostro hermoso de nuestros hermanos con quienes lo compartimos. Que seamos agradecidos y te alabemos cada día porque podemos ver. Amén.