Domingo 15 Septiembre

Lucas 15, 1-32

~ Estando todavía lejos, lo vio su padre y conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo cubrió de besos ~

 

En las tres parábolas llamadas “de la misericordia” que nos regala el Evangelio de San Lucas, podemos descubrir dos grandes ejes de lectura: por un lado, la misericordia, como hemos dicho; por el otro, el gozo de recuperar lo que se ha perdido.

De las tres parábolas: la del pastor que ha perdido a una oveja, la de la mujer que ha extraviado su moneda y la del Padre que ha perdido a su hijo; esta última, la del padre misericordioso, nos roba toda la atención. Jesús ha querido que sus oyentes entendieran que Dios no es un juez, sino un Padre lleno de amor; uno que, por amor, se convierte en buscador de lo suyo, lo que se le ha perdido.

Los que escuchaban a Jesús en aquel momento, y nosotros ahora, en pleno Siglo XXI, nos persuadimos por igual de que Dios es cercano. Tan cercano como nuestro más familiar, tanto como nuestro Padre. También nos queda claro que Dios no se siente completo mientras no nos encuentre de regreso a casa.

Escogemos esta idea “ser padres misericordiosos” en el mejor momento de nuestra vida, cualquiera que sea la situación por la que estamos atravesando, porque el mundo tiene necesidad de una paternidad divina y humana creíble y cercana. Lo mínimo que podemos recoger de este evangelio, quizás sea esto: que todos podemos darle un poco da amor al mundo. De manera especial hoy, cuando la gente de mundo, la gente descreída o la ilustrada, ha determinado que no necesita más de Dios ni de su paternidad. Aunque en la práctica, debido al ateísmo, al relativismo religioso o el secularismo, la humanidad viva la peor crisis de identidad de su historia.

Parece que siempre encontraremos esta tensión de unidad entre nuestro deseo de emancipación, y la necesidad del amor familiar. Así es la humanidad, una que desea emanciparse de Dios pero, al mismo tiempo, una que en lo más profundo, tiene nostalgia de Él.

De frente a esta parábola, lo primero que hacemos es identificarnos con cualquiera de los dos hijos: el que se ha quedado en casa, que parece poco generoso, cuando no egoísta; o el segundo, que ha derrochado todo y regresa arrepentido. En realidad, estas imágenes no son inamovibles… a veces somos uno, y a veces el otro. Pero hoy, queremos ser el Padre misericordioso que el mundo necesita o que nuestra familia nuclear o de comunidad necesita. Este es el reto, pero ¿Cómo empezar a ejercer nuestra paternidad misericordiosa?

 

Oración:

Señor Jesús, que yo también salga al encuentro de mis hermanos de familia y de comunidad, para refrendarles el amor, el respeto y la dignidad de hijos de Dios. Que sea el encuentro de la alegría, la fiesta de estar completos.

Haz que en nuestra familia, siempre tengamos alguien por quien salir al encuentro, y que ejerzamos la paternidad de la misericordia, como tú y el Padre. Que dejemos de ser los dos hijos, el que regresa o el que se siente sirviente en casa de su padre, para ejercernos como padres misericordiosos en la más plena experiencia de libertad y de amor. Amén.

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