Jueves 8 Agosto

Mateo 16, 13-23

 

~ Porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos ~

 

El Evangelio que acabamos de leer, además de cimentar la profesión de fe y el primado de Pedro, nos introduce al siguiente discurso eclesial (Mt 18), y al futuro sufriente de Jesús Mesías.

Más allá de las fronteras judías y de la concepción de un Mesías triunfador y nacionalista que la mayoría espera, los discípulos han de entender a Jesús ––el Hijo del hombre––, como portador del Espíritu de Dios. La gente no descubre esta novedad.

Pedro hace una perfecta profesión de fe cristiana: ha dicho Tú eres el Mesías hijo de Dios, en lugar de Mesías hijo de David. Sin embargo, lo mejor viene cuando afirma que Jesús es hijo de Dios “vivo”; es decir, el que posee, comunica y da la vida que supera a la muerte. A tal confesión de fe, como afirma Jesús, no se llega si no es por revelación de Dios Padre. Pedro es uno entre muchos que son dignos de una revelación como esta. No es un privilegio suyo; a pesar de que dicho conocimiento está ofrecido a todos hasta nuestros días, solo los sencillos se muestran dispuestos a recibirlo.

Jesús da seguimiento a Pedro. Si ha tenido el alcance de reconocer en Jesús a Dios mismo, puede ser piedra y roca para edificar la Iglesia. Por eso Jesús lo consagra y le entrega las llaves del Reino. Gracias a su confesión, Pedro es piedra a título personal, para adherirse al gran edificio que es la Iglesia; pero una vez recibido el primado y las llaves, se convierte en roca angular inamovible, capaz de atar y desatar; en otras palabras, de integrar y excluir de la nueva comunidad. Y es que la fe no le dio solo una información sobre la identidad de Jesús, sino una relación personal con Él.

Así quisiéramos hoy vivir nuestra fe, como una continua adhesión a Jesús, con nuestra inteligencia, memoria y voluntad. Si nos preguntara Jesús: “¿Quién dices que soy yo?”, ¿qué contestaríamos? En la respuesta iría implícita nuestra decisión personal de seguirlo y la experiencia de nuestra intimidad con Él.

¡Seamos piedra y roca! Solo basta profesar nuestra intimidad con Jesús.

Oración:

Señor Jesús, ¡qué maravillosas son tus obras! Cuando constituiste a Pedro como Piedra angular de tu Iglesia, te aseguraste de su vocación. Yo también quiero ser piedra y roca; dame lo que me pides, y después pídeme lo que quieras. Que mi corazón se alegre con una vocación tan profunda como la de Pedro. Aunque no sé si soy capaz de seguirte como tú lo deseas, ayúdame a confesar por siempre que tú eres mi único salvador y guía.

Permite que junto con los míos, desde nuestro hogar, construyamos Iglesia, como nuevas piedras vivas; y que carguemos, adheridos a ti y a tus discípulos, el hermoso edificio de nuestra Iglesia. Amén.

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