Lunes 3 Agosto

Mateo 14, 22-36

 

~ Los discípulos, viéndolo andar sobre el mar,

se asustaron ~

 

Leemos este Evangelio lleno de imágenes que perduran en nuestro entendimiento y en nuestra voluntad. Casi sube uno a esa barca y experimenta la noche, el viento contrario, el miedo y la manifestación de Jesús como Hijo de Dios con poder de dominar a las fuerzas de la naturaleza.

La barca es figura de la comunidad creyente. Desde esa barca, los seguidores de Jesús hemos de superar el viento contrario, es decir, nuestra obstinación a renunciar al triunfo con las multitudes.

En medio de la contingencia, del peligro y la dificultad, Jesús se manifiesta. Mateo usa la fórmula de identificación divina más antigua: Yo soy (Ex 3,14; Is 43,1.3.10s), con lo cual los discípulos reconocen a Jesús Hombre-Dios, el Hijo de Dios. Yo soy como principio de ser, de vida y de amor.

Pedro padece el atrevimiento de participar de la condición divina: intenta caminar sobre el agua. Pero como milagro, no por su convicción y entrega a Jesús. Creyó que lo lograría sin obstáculos. Ha tenido que aprender que los seres humanos nos hacemos hijos de Dios en medio del misterio de nuestra fe, de la oposición y, a veces, de la persecución.

Podemos reconocernos en el miedo de los discípulos: miedo al misterio de Dios. Pero también en los miedos humanos. Como cuando vivimos el horizonte de nuestra vida, o de la Iglesia, con tormentas internas y externas que amenazan con hacernos zozobrar. También hoy nos invaden las dudas, los fantasmas del miedo, y el oscurecimiento de los signos de Dios en nuestro entorno. Quizás sea porque fallamos en el amor y en la fidelidad a Dios. Entonces aparece, en el mismo plano, la crisis de fe y la misma profesión de fe.

En un día como hoy, no olvidemos que “la escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y de fidelidad que hay que renovar todos los días” (Benedicto XVI, 24 de mayo de 2006).

¡Vivamos sin miedo al misterio de Dios!, pues en medio de la oscuridad y de la tormenta, Él siempre aparecerá.

 

Oración:

Señor Jesús, gracias por asirme como a Pedro, cuando siento que me hundo en la noche de mis tormentas. Deseo vivir en tu misterio, pero mis dudas y mis miedos me lo impiden. Ayúdame a creer con firmeza y templanza, de tal manera que si me llamas, pueda ir a ti sin sufrir la zozobra ni el temor.

Permite que en mi casa, quienes vivimos en esa pequeña barca, estemos dispuestos a seguirte a buen puerto; incluso hasta la orilla de los que no creen en ti ni en el Evangelio. Que gocemos de pasar la noche y la vida contigo. Amén.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *