Domingo 10 Septiembre
Mateo 18,15-20
Jesús ha venido instruyendo a sus discípulos sobre su conducta individual y comunitaria. Les ha hablado del impuesto del templo, del más grande en el reino, la oveja perdida y ahora: “del perdón de las ofensas”.
Escuchamos en el Evangelio que Jesús les dijo: “Si tu hermano comete pecado, ve y amonéstalo a solas”. Pero la mejor traducción es: “Si tu hermano peca contra ti” o mejor aún, “si tu hermano te ofende”. Porque si leemos en general “Si tu hermano comete pecado, ve y amonéstalo a solas”. Podríamos traducir esto como un envío a corregir a nuestro vecino frente a nuestra casa, quizá para corregirlo en su mala conducta. Esta sería una lectura equivocada. El vecino estaría en su derecho de decirme que no me meta en su vida privada.
El principio de la corrección fraterna es “la comunidad”; es solo si yo estoy involucrado con este hermano concreto, que pertenece a mi familia nuclear ––Papá, Mamá y hermanos––, o a mi familia de comunidad ––Pequeña comunidad cristiana, comunidad eclesial––, que estoy obligado, incluso a dar cuentas ante Dios, por él.
Se trata aquí de tener solicitud por los pequeños, por aquellos miembros de la comunidad a los que les cuesta más trabajo vivir la plenitud de la vida y del amor. Jesús insiste en que el lugar de la salvación está en la comunidad. Sin ella hay peligro de perderse. Por eso hemos escogido como tema para este domingo: “Tensión de comunidad”.
¡Qué importante asumir hoy una cierta “tensión” en nuestra relación de familia y de comunidad! Especialmente cuando vivimos en un mundo cuya cultura nos invade con su propuesta del “bienestar”, “vivir sin tensión”, del “hedonismo”, del “goce individual”… ¡Qué importante dar valor a una sana tensión de responsabilidad comunitaria!
Pensemos estas tres ideas que la Palabra de Dios nos permite tocar. Para vivir en tensión comunitaria:
Asumamos que el valor absoluto es la comunidad
Así es Dios, comunidad de personas en continua comunicación de vida y de amor. Así quiere Jesús que seamos.
Implica que cada miembro tenga muy claro que lo que cada uno construye, contribuye al crecimiento de la vida de los demás.
Lo más triste para cualquier ser humano, es la soledad, ser excluido de la comunidad. Sin embargo, el que no se deja corregir, ha de ser excluido. Esto es algo grave, a lo que ninguna familia o comunidad eclesial debería llegar; pero sucede. Ocurre que cuando un miembro no entiende esta dinámica de pertenencia comunitaria y de la comunicación del amor por sus propias acciones, se auto-excluye. Por eso Jesús es tan preciso: primero que vaya el ofendido, después que vaya con dos o tres, según la norma de la ley —Dt 19,15— y si ni así, la última instancia es la comunidad.
En el caso extremo de que el hermano no acepte la corrección, toca a la comunidad “atar”: es decir, excomulgar, excluir, imputar el delito. O “desatar”: restablecerlo a la comunión para que pueda ejercer su propia tensión de comunidad, una tensión sana que confirma a cada momento nuestra mutua pertenencia por el amor.
¿Tú a cuantos tienes atados, a cuantos has desatado; con que tensión vives tu familia y tu comunidad?