Domingo 13 Diciembre

Juan 1,6-8.19-28

 

 

El Evangelio nos presenta a Juan el Bautista como testigo de la luz, en el tiempo en que el pueblo de Israel atraviesa por una lucha entre las tinieblas y la luz. Este momento puede compararse con nuestro tiempo actual. Hoy también vivimos esta lucha de las tinieblas y la luz; no hay muchos testigos en nuestra sociedad, y menos testigos de algo luminoso, que proponga un testimonio bien informado.

Nosotros queremos ser testigos de la luz, al estilo de Juan Bautista, pero con nuestros propios alcances y recursos.

Primero descubramos qué significa ser testigo de la luz. Nos puede servir imaginar un cuarto iluminado. Imaginemos que estamos fuera, en la oscuridad; el que se asoma, introduce solo el rostro, y en ese instante su semblante se pinta de blanco; entonces voltea hacia los demás. Todos ven algo en su aspecto, que ya es simbólico, deja conocer que el interior de aquella habitación iluminada tiene la capacidad de imprimir su sello en quien se asoma. Pueden preguntarle, ¿qué viste? Insistir con curiosidad, ¿qué hay allí? Pero a veces basta el signo; o, mejor, comunica más el signo que las palabras. Al final, quien desea saber más, tendrá que vivir la experiencia del asomo.

La escena del sepulcro el día de la resurrección puede ayudarnos mejor. Todos recordamos que una vez que las mujeres encontraron la piedra rodada y el sepulcro vacío, llevaron la noticia a los discípulos. Recordamos quiénes fueron corriendo al sepulcro: Pedro y Juan; que Juan llegó primero al sepulcro se asomó y vio las vendas en el suelo y el sudario doblado en sitio aparte, pero no entró; entonces llegó Pedro que lo venía siguiendo. ¿Puedes imaginar lo que Pedro vio en el rostro de Juan? Juan se habría volteado, ya con el rostro lleno de su asomo, para encontrarse con la mirada de Pedro. Juan le mostró la luz de vida y de esperanza de la resurrección que lo entintó en el fugaz asomo.

Así considero que puede entenderse ser testigo de la luz. Implica mostrar a los demás nuestro rostro iluminado, después de nuestros asomos al misterio y a la misericordia de Dios.

El mundo necesita testigos y necesita luz; necesita testigos de la luz. El mundo necesita ser iluminado por el esplendor de La Verdad y del Amor que hemos alcanzado en nuestros asomos al misterio de Dios.

 

Oración:

Señor Jesús, ¿qué sería de mí sin tu luz, qué sin esos asomos que han redefinido mi rumbo? Jamás permitas que la duda, la enfermedad o cualquier otro condicionante de mi vida, oscurezcan mi rostro iluminado.

Has posible que en familia y comunidad, nos mantengamos como testigos de la luz. Amén.

 

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