Domingo 21 Junio
Mateo 10,26-33
Las palabras de Jesús: “No tengan miedo a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, a más de ser una consolación, nos enseñan nuestra hechura en Dios. Los malos pueden acabar con nuestra vida física, pero no con nuestra persona.
Qué importante atreverse a vivir sin miedo, tal como lo propone hoy Jesús, de manera especial ahora, cuando experimentamos, con exageración, la violencia y la inseguridad en nuestra sociedad; y cuando el destino de la humanidad se lo siente inconsistente.
Es muy probable que Jesús hubiera dicho estas palabras, para animar a sus discípulos. Los cuales estarían atemorizados frente a los dirigentes del pueblo, por anunciar la doctrina judía y cristiana, de una forma nueva y liberadora. Y así, el efecto que deseaba Jesús en ellos, pudo ser el arrojo para anunciar su evangelio con valentía y dando testimonio. Sin embargo nosotros meditamos este Evangelio de manera más universal, no solo el miedo a anunciar a Jesús sino el miedo vital.
Sabemos que el miedo es una dimensión natural de nuestra vida, por lo mismo distingámoslo en tres niveles:
Primero el miedo infantil. Lo superamos cuando descubrimos que aquello que nos atemorizaba era irreal, imaginario. En segundo nivel están los miedos reales, cuando hay amenazas concretas que pueden causarnos daño. Estos miedos los superamos con nuestros esfuerzos, afincados en nuestro temperamento y carácter; pero sobre todo, cuando son extremos, confiando en Dios. Por último están los miedos existenciales. Estos miedos se manifiestan en la angustia, la náusea y la sensación de abandono o soledad. Nacen del ambiente en que vivimos; flotan en nuestro aire con un grito de fatalidad. Nacen además del sentido de vacío que genera nuestra cultura nihilista, que nos empuja a creer que no existe nada más, no habrá nada más para nosotros, y mucho menos vida futura. Y de una cultura atea, relativista, en la cual, si no existe Dios, todo está permitido y perdemos todo orden y relación natural. Al final se tiene la sensación de que no vale la pena vivir. Estos miedos se superan con mayor fatiga, asumiendo una visión creyente y comprometida con quienes compartimos nuestro entorno.
¿Cuál es el miedo más grande que has padecido en tu vida? Traigámoslo ahora mismo, recordemos el día, ¿Cuánto tiempo duró: unas horas, días o semanas? ¿Cómo era el entorno? ¿Quién o qué era la amenaza? ¿Cómo era mi respiración, el hedor de mi boca a ansiedad, el sudor no húmedo sino aceitoso? Y por último, ¿Cómo lo superamos?
La clave para vivir sin miedo, que Jesús nos da, es la siguiente, hay que tener un miedo anterior: el temor de Dios; quien teme fallarle a Dios, para quien cuida su relación con Dios, todos los miedos terrenos son una tontería. Para seguir viviendo sin miedo:
Vivamos con valor
No significa vivir envalentonados, sino con la conciencia de que valemos mucho; cualquier adversidad, será resuelta, porque lo que llevamos dentro es mucho más importante que las amenazas del mundo.
Valemos más que todos los pajarillos del mundo. Y Jesús nos reconoce ante su Padre Dios, si nosotros lo reconocemos ante los hombres. Pero, sobre todo, valemos mucho porque llevamos algo más profundo que la vida física, la vida personal. Solo existe en el conocimiento del ser humano, hasta nuestros días, dos tipos de personas: la persona humana, nosotros. Y los somos solo porque hay la persona divina. ¿Qué significa esto? Que nosotros estamos hechos para Dios de una manera especial, nos distinguimos de todo lo creado, somos capaces de dialogar con Dios.
¿No tenemos suficientes fortalezas como para vivir sin miedo? Ésta es la Buena noticia:
¡Vivamos sin miedo!