Martes 6 Abril

Juan 20, 11-18

 

~ Jesús le habló por su nombre: “¡María!”.

Ella se volvió y le dijo en hebreo: “Rabbuní” ~

 

Leemos en este evangelio, que la resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, ni de la sola experiencia mística de alguien, sino que es un acontecimiento histórico, constatado por cientos de testigos y consignado por escrito. Cierto que este evento único de Jesús, sobrepasa la historia. Pero sucede en un momento preciso de la historia. Nosotros tenemos el privilegio de recoger su huella que no se borra ni se agota.

La psicología de María y su discurso inquisitorio, son un festín para nuestra fe y para nuestros sentidos. Basta muy poca atención para encontrar la personalidad de María. Ella, junto al sepulcro, entrada en sus lágrimas, incursiona en el interior de aquella tumba excavada, para seguir con sus conjeturas. Buscaba el cuerpo de alguien a quien quiso sin reservas. Deseaba estar con él, a solas, despedirlo o simplemente honrarlo. En lugar de eso, encontró los signos de la vida, a los ángeles que no comprenden por qué llora; y luego a su amigo. Lo tocó, ahora viviente y glorioso y lo tuvo que soltar para permitir el ritmo del misterio que se develaba.

Nosotros hoy, igual que María, mientras sigamos mirando al sepulcro, no lo vamos a encontrar. Es necesario voltear para verlo de pie, como persona viva.

Desde entonces, hasta ahora, vivimos de esta verdad y esperanza, incluso a la velocidad comunicativa de nuestras super tecnologías. Y con mayor razón, aspiramos a seguir recibiendo la luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro; la misma luz que deslumbró a las mujeres y a los discípulos al asomarse al sepulcro vacío. Esta luz diferente y divina que ha vencido las tinieblas de la mentira, la violencia y la muerte, y nos ha traído el esplendor de la vida nueva, de la verdad y del amor.

Dan ganas de tocar a Jesús, como María, pero eso no hace más válido o grande nuestro testimonio; nos basta experimentar que Jesús está vivo, que es el viviente que da vida y que es nuestro hermano, nuestro amigo.

 

Oración:

Señor Jesús, ahora sé que no eres el hortelano sino el resucitado, después de encontrarte en los sacramentos, experimento los efectos de tu resurrección. Gracias porque te nos muestras luminoso y eterno.

Permite que junto con mi familia, hagamos el camino de María, aquella mañana junto al sepulcro. Que gocemos una y todas las veces de adivinarte en nuestras vidas. Que permitamos que tu misterio se devele. Amén.

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