Domingo 20 Marzo
Juan 4, 5-42
El encuentro de Jesús con la samaritana, nos despierta sentimientos de ternura, de paz y de amor. Muchos desearíamos sentarnos en aquel brocal del pozo, y recibir de Jesús una visión más liberadora y universal de nuestra fe; que nos arranque de nuestro reduccionismo religioso y haga brotar en nosotros un manantial de vida nueva.
La samaritana, que siempre acudía al mismo pozo, descubrió en Jesús al Mesías. No requirió de milagro alguno, solo del encuentro con Jesús, que con sus palabras se ha introducido en el manantial interior de la mujer. La hizo descubrir que su fe es mucho más que un ritualismo, es el don que la hace persona delante de Dios.
Igual que ella, nosotros podemos dialogar con Jesús y hacernos las preguntas más importantes de nuestra vida: ¿Por qué si vivo mi fe, de la mejor manera, parece que no se apaga mi sed interior? ¿Cuál es el verdadero culto a Dios? ¿Dónde está el agua de la vida? Si Jesús sabe todo lo que hemos hecho, “me dijo todo lo que he hecho”, ¿lo reconocemos como Mesías?
El evangelista Juan ha querido que nos detengamos en este signo de universalidad de Dios y de la recuperación de nuestra identidad. En el fondo todos los pueblos llevamos una fuente de vida que es la del Espíritu de Dios. Pero es necesario quitar los obstáculos para abrevar de esa agua viva, tales como: la idolatría y los nacionalismos; pensar que la relación con Dios es cultual y no personal. Y pensar a Dios de manera exclusiva, acaparadora o excluyente.
Desde esta imagen de la samaritana, descubramos nuestro propio manantial interior.