Sábado 21 Noviembre
Lucas 20, 27-40
~ Y en la resurrección de entre los muertos,
ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque serán como ángeles, e hijos de Dios ~
Hace dos mil años, Jesús afirmó esta verdad racional y de fe: los muertos resucitan. El ejemplo fantasioso de la mujer casada con siete hermanos, con el cual los saduceos intentaban ponerlo en contradicción, lo propició.
El Materialismo de los saduceos era su propio pecado. Rechazaban la tradición oral sostenida por los fariseos y no aceptaban que las Escrituras contuvieran, ni siquiera, la noción misma de una vida después de la muerte; su horizonte y proyecto de vida estaban centrados en mantener su posición de poder y de privilegio.
Los fariseos, por su parte, concebían la resurrección como la continuidad de la vida mortal. Los materialistas no lo veían factible de ningún modo, y por eso se sentían en posición de ridiculizar la doctrina farisaica.
Jesús resuelve para unos y para otros: haciendo ver que los dirigentes del templo y las autoridades civiles ignoran las Escrituras y desconocen a Dios, dador de vida.
A los fariseos les enseñó que la resurrección no es la simple continuación de la vida mortal, sino una vida nueva que el ser humano no es capaz de transmitir por generación; es la vida que se recibe directamente de Dios, después de la muerte. Y que la resurrección está sucediendo ya mismo, no es algo que vendrá en el futuro.
A los saduceos les comprueba que la vida después de la muerte existe, basándose en las Escrituras que hablan de Moisés, Abraham, Isaac y Jacob.
¿Y nosotros de cuál grupo somos: fariseos o saduceos?
Sigamos a Jesús en esta verdad fundamental de nuestra vida, y de nuestra fe. De que resucitaremos… ni duda cabe. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.
Oración:
Señor Jesús, ¿qué sería de mí si no creyera en la resurrección? Gracias por abrirnos la puerta para estar en Ti y en tu Padre, en el Espíritu. Gracias por el bautismo con el que me diste nombre, me integraste a tu familia del cielo; y gracias por la cruz con la que me abres la puerta para entrar en tu casa. Ayúdame a no pasar la vida en discusiones necias sobre mi fe, sino en un camino pleno de luces, voces y colores que me lleven a contemplar tu vida después de la vida.
Que junto con los míos, desde nuestro hogar, nos asomemos de vez en cuando a tu horizonte de eternidad, y gocemos de prever nuestro destino final en el cielo. Amén.