Martes 13 Octubre

Lucas 11, 37-41

 

~ Ustedes, los fariseos, purifican por fuera la copa y el plato,

mientras por dentro están llenos de rapiña y maldad ~

 

En la segunda ocasión en que Jesús es invitado por un fariseo —la primera fue en 7,36ss—, clarifica el sentido de las mediaciones rituales. No se somete a la práctica superficial de purificación dictada por las tradiciones rabínicas, las cuales había condenado desde la anterior vez en casa de fariseos.

 

Jesús no cree que el contacto con los demás y con el mundo separe al hombre de Dios; así, las abluciones rituales para eliminar la supuesta contaminación contraída en la calle son innecesarias y obsoletas.

 

De esta misma forma, hoy Jesús nos demanda que pongamos atención no tanto en la pureza exterior, sino en la pureza interna; pues no es lo de fuera, sino lo que hay dentro de nosotros, lo que puede separarnos de Dios (Cf. Mc 7,15.18-23)

 

En este episodio leemos también que Dios no se contenta con apariencias, sino con la conversión del corazón, que implica renovar nuestros intereses y criterios, nuestras actitudes e intenciones que nos capacitan para hacer obras buenas. Si no intentáramos este camino, nos vendría bien la sentencia de Jesús: ¡hipócritas!

 

Jesús termina hablando de la limosna. ¿Por qué? ¿Puede la limosna aminorar la incoherencia con la que vivimos nuestra religión? La respuesta es no. Cuando Jesús les habla de la limosna, es para llevarlos más allá en la comprensión de su ritualismo. Estaban acostumbrados a cumplirle a Dios con dinero y sacrificios externos. Ellos debieron entender, lo mismo que nosotros hoy, que lo más importante es dar culto a Dios, aparte de con buenas obras nacidas del corazón, con una “limosna nacida de dentro” de nosotros mismos. Dios no necesita dinero. Lo que nos pide es que dejemos de retener egoístamente nuestros excedentes materiales. Eso es lo que nos hace impuros ante Dios. Y lo que nos purifica es lo que compartimos con los hermanos más necesitados, que más allá del don de un dinero, implica el don de nuestras personas a Dios, a través del amor a nuestros hermanos.

 

Oración:

Señor Jesús, me da pena invitarte a mi casa, como lo hizo el fariseo de este Evangelio. No estoy seguro de estar viviendo de la mejor manera mi religión; en ocasiones me siento como esos fariseos: superficial e hipócrita. Ayúdame a adorarte en espíritu y verdad, haz que se alegre mi corazón de un modo evangélico, que me sienta libre de ataduras y pueda vivir mi vida como una continua relación contigo y tu Padre. Enséñame a omitir las abluciones y ritualismos que en nada ayudan a nuestra relación de amor.

 

Permite que en mi hogar vivamos con alegría y libertad las nuevas formas rituales que nos enseñaste, y que nuestra limosna, ayunos y oraciones, nazcan de nuestro corazón como un río de agua cristalina. Amén.

 

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