Miércoles 8 Julio
Mateo 10, 1-7
~ Diríjanse más bien
a las ovejas perdidas de la casa de Israel ~
A partir de este Evangelio, iniciamos el discurso apostólico de Jesús; es el segundo de cinco discursos en que Mateo organiza su Evangelio.
Cuando escuchamos este llamado y envío de Jesús a sus discípulos, es probable que experimentemos alegría. Saber que alguien está siendo enviado a liberar de espíritus y a curar, es un consuelo. Sabemos que esta misión, que inicia con el envío de los doce, se mantiene viva en la Iglesia a través de sacerdotes, misioneros y laicos que seguimos respondiendo al llamado y envío de Jesús. Pero, ¿qué tan capacitados estamos para vencer las resistencias al mensaje? ––Esto es el poder para someter espíritus inmundos––. Sobre todo hoy día, cuando descubrimos tanta animadversión al mensaje de Dios y de Jesús.
Aunque en el anterior Evangelio Jesús abrió el horizonte para la misión, ahora se limita a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y es que la misión siempre será necesaria: hacia el mundo, la misión universal; y hacia dentro de nuestra comunidad eclesial y familiar, la misión particular.
Si hoy te sintieras llamado y enviado por Jesús, ¿adónde irías? Te recuerdo el dicho: “El buen juez por su casa empieza”, o “no hay que ser candil de la calle y oscuridad de la casa”. Es válido que, de cuando en cuando, consideremos la propia necesidad de recibir el mensaje de Jesús; incluso si nos reconocemos muy creyentes y cercanos, porque el Evangelio siempre comporta una novedad. Hemos de renovar cada día la esencia de la Buena Noticia: que Dios nos ama y se toma cuidado de nosotros. Que nos quiere de amigos y que nos envía a vivir en medio del mundo la fraternidad y la caridad con los demás.
Venzamos la animadversión al mensaje de Jesús. Seamos misioneros de casa; estoy seguro de que gozaremos la belleza de nuestra fe.
Oración:
Señor Jesús, gracias por el don de la misión. Descubro tu envío, desde los primeros discípulos, como el origen de un eco que no acaba de escucharse. Creo que debo despertar mi fe adormilada, y permitir que Tu Buena Noticia vuelva a ser eso en mi vida. Permite que me emocione con la idea, no de querer conquistar el mundo para ti, sino de compartir, en la sencillez de mi comunidad cristiana y de mi hogar, el don precioso de la fe y de la esperanza. Ayúdame a vivir de amor y a contagiarlo a los demás. Que venza las reticencias a tu palabra y me atreva, de ser necesario, a predicar.
Haz posible que en casa, con los míos, vivamos la experiencia de misión, que seamos misioneros de casa. Amén.