Martes 5° Pascua. Juan 14, 27-31.

~ “Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde. Han oído que les he dicho: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y se los digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”. ~

Jesús se está despidiendo de sus amigos-discípulos. El deseo de paz era el saludo ordinario al llegar y al despedirse. Sin embargo, Él no se despide de manera ordinaria, trivial, ni como todos lo hacen pues, aunque se va, seguirá presente. Va al Padre pasando por la muerte, sin que esto sea una tragedia; al contrario, implica la manifestación del amor de su Padre a Él y a nosotros. Por eso puede quedarse, produciendo la paz que da el orden y la victoria.

Detrás de la despedida de paz de Jesús, entendemos que Dios no pasa nunca, ni se va. Existimos en virtud de su amor. Nos movemos en la vida con una conciencia propia, solo porque Él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en nuestra realidad, no como una sombra, sino con total claridad de Dios. Esta es la paz que nos deja Cristo desde sus primeros discípulos. La paz que viene de saber que en Él somos recreados e introducidos en la eternidad de Dios. Y nos sucede así porque su amor venció a nuestra muerte. ¿Lo vemos? Este amor es al que llamamos “cielo”. Y la paz de Jesús nos viene de la experiencia de comunión con Él.

Cuando vayamos hoy a casa, intentemos percibir la paz de Cristo en nuestras vidas. No es difícil ni lejano: basta reconocer lo trascendente del amor de Dios, y lo trascendente de nuestro amor a los demás. Basta encontrar los proyectos que nos dan consuelo, y seguirlos. Estos desarrollos de nuestra persona y los que se asocian a la familia son nuestras luces de pista y de navegación, como las que requiere un avión para emprender el vuelo.

Vivamos la paz de Cristo. Aquí, en la vida cotidiana, a través de la experiencia de Jesús.

Oración:
Señor Jesús, me emociona saber que siempre te vas, pero te quedas. Entiendo que nuestra vida transcurre en una continua tensión entre tu partida y la nuestra. Y que nos esperas en el amor como cielo, no solo hasta el final de nuestra vida terrena, sino desde ahora.
Permite que junto con mi familia experimentemos tu paz. No como la del mundo, sino la paz de vivir de ti y de nuestro camino hacia tu Padre. Amén.

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