Domingo 27 Octubre
Lucas 18, 9-14
~ ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí que soy un pecador! ~
La tentación de “cantarle” a Dios nuestros méritos, puede empobrecer nuestra oración.
El texto evangélico que tocamos hoy, ha nacido como una catequesis de Jesús. Él construyó esta parábola del fariseo y del publicano que subieron al templo a orar, para mostrar lo inconsistente que puede ser nuestra relación con Dios.
Es probable que a simple vista no descubramos si nuestra oración es farisaica. Es decir, una oración rutinaria, sin compromiso con los demás; una oración que no nace de nuestra necesidad de Dios. La oración del publicano nace de su necesidad de ser salvado. Cuándo oro y cuando vivo, ¿Cuánta necesidad siento de ser rescatado por Dios? he aquí la distinción entre las dos actitudes de oración que Jesús nos presenta. Siguiendo la oración interior del fariseo, uno experimenta que poco falta para que Dios le deba favor por tan cumplido que es. Parece que Dios debería estarle agradecido por su fidelidad.
Esta manera farisaica de orar, además de no justificar al orante, es una deformación de la relación con Dios y con los demás, un verdadero drama; lleva al desprecio de los demás y a una actitud de pagados de sí mismos, que imposibilita para la autenticidad del diálogo con Dios.
Nosotros hoy queremos superar esta tentación. Queremos orar por necesidad. Orar porque necesitamos ser rescatados por Dios.
Recordemos la distinción entre rezar y orar: rezamos cuando repetimos una oración ya estructurada, sin poner mucha atención en lo que decimos. Esta forma de oración es excelente, nos prepara para el diálogo profundo con Dios. Y oramos cuando a nivel consciente, dialogamos con Dios; ya con una oración estructurada, ya con nuestras propias palabras.
Oración:
Señor Jesús, que yo me de golpes de pecho, no solo porque esté arrepentido de mis errores y tenga necesidad de ti, sino también porque recurro a mi corazón para cambiar mi vida. Haz que siempre recurra a mi “yo” para seguirte en autenticidad y para comprometer toda mi persona contigo.
Permite que junto con los míos, oremos por necesidad y no por soberbia o vana gloria, y que al final de cada día, volvamos a casa justificados. Amén.