Lunes 16 Septiembre
Lucas 7, 1-10
~ Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro ~
Jesús cura a distancia al siervo del centurión romano; la forma en que sucede el milagro debió de ser esperanzadora para los primeros seguidores de Jesús; de ese modo, les queda claro que Jesús no tiene fronteras y acepta a los paganos.
El centurión es un hombre bueno, tiene un siervo más querido al cual quiere salvar de la muerte. Hay empatía entre él y Jesús: el centurión admira la persona y el poder de Jesús sin conocerlo; y Jesús admira su fe. Se da en ambos una buena identificación.
Este soldado romano se siente indigno de pedir el milagro a Jesús. Primero envía a unos ancianos de los judíos como intermediarios; y cuando Jesús está cerca, envía a unos amigos a confirmar su respeto y admiración. El centurión quiere cuidar a Jesús, consciente de que para un judío suponía impureza legal entrar en casa de un pagano; para él ya ha sido extraordinario que Jesús haya respondido a su petición. Parece una admiración reverencial y, a la vez, un amor puro y gratuito. El centurión, pudiendo tener de frente a Jesús, renuncia a su presencia física y acorta esa distancia con su fe y su gratitud. Como decir: de todo lo que me estás dando “no soy digno… y menos de que entres bajo mi techo… ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro”.
Nosotros tenemos a Jesús cara a cara cuantas veces lo deseamos, en la Eucaristía y en su Palabra, bajo nuestro techo y en nuestro interior. ¿Por qué parece que no estamos tan cerca como lo estuvo el centurión, que ni siquiera se encontró personalmente con Él?
Oración:
Señor Jesús, me descubro indigno, ya sabes, como muchos, de manera especial ahora, cuando veo la personalidad de este centurión romano. ¡Qué ganas tengo de su fe y de sus modos de tratarte! Me da la impresión de que mi fe y mi religión me fueron tan gratuitas, que no las he valorado lo suficiente. Regálame la espiritualidad del centurión, su psicología militar, de respeto y jerarquía, no para relacionarme contigo a distancia, sino para volver a valorar lo que me has dado desde siempre.
Permite que junto con los míos salgamos a tu encuentro y te digamos lo mucho que agradecemos que entres en nuestro techo, y te hospedemos como tú lo mereces: no como en ocasiones te hospedamos, con simulaciones e infidelidades. Que cuando en tu casa, en la Eucaristía, digamos: no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para sanar mi alma, lo vivamos con todo nuestro corazón. Amén.