Miércoles 5° Pascua. Juan 15, 1 -8.

~ Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Ustedes están ya limpios gracias a la Palabra que les he anunciado. Permanezcan en mí, como yo en ustedes. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán. La gloria de mi Padre está en que den mucho fruto, y sean mis discípulos. ~

La vid o viña, que era el símbolo de Israel como pueblo de Dios, es recreada en Jesús; el nuevo pueblo se construye a partir de Él. Se trata de una nueva humanidad llamada a dar frutos. Quienes seguimos a Jesús formamos una comunidad en misión, abierta al mundo y a la presencia mantenida de Dios.

Pero, ¿cuál es el fruto concreto al que se refiere Jesús? Es cada uno de los que formamos el nuevo Pueblo de Dios, cuando comunicamos la vida que recibimos de Él.

Se siente reiterativo cuando leemos permanezcan en mí, como yo en ustedes; y, sin embargo, es necesario. Solo así entenderemos que Jesús establece una relación profunda con quienes creemos. Es una unión íntima; la misma vida que circula en él y en sus discípulos puede circular en cada uno de nosotros, creyentes de última generación.

Si lo entendemos bien, sabremos que nuestra nueva existencia de unión con Jesús en medio de una sociedad injusta no depende de ninguna institución, sino de la comunicación de vida que tenemos en el mismo Jesús; esto es, cuanto menos, consolador. Permitir que se produzca la sociedad alternativa de Jesús, la sociedad del amor mutuo, que se expresa en la vida y la libertad de Dios, en la que se puede englobar a toda la humanidad.

Si nuestra unión con Jesús nos lleva a la práctica del amor; si nuestro fruto nos lleva a crecer en lo personal y en lo comunitario; si con este fruto ayudamos a expandir la vida en el mundo, nos podemos preguntar:

¿Qué tan fecundos somos?
Permanezcamos en Cristo, pidamos lo que queramos y lo conseguiremos. Seremos fruto y principio de fecundidad.

Oración:
Señor Jesús, a medida que avanzo en años descubro que sin ti nada puedo hacer. Perdona si a veces me alejo. No ha sido mi deseo, solo que el mundo tira de mí hacia opuestas direcciones. Ayúdame a permanecer en ti, a no perder de vista que estoy llamado a dar fruto siempre. De manera particular en mi trabajo y en mi hogar.
Permite que los míos, en casa, y yo junto con ellos, seamos una sociedad alternativa de tu amor, y constatemos que el mundo cambia por la savia de eternidad que haces correr por nuestras venas. Amén.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *