Sábado 22 Agosto
Mateo 23, 1-12
~ Pues el que se ensalce, será humillado ~
El evangelista Mateo intenta desengañar a quienes piensan que la doctrina de los escribas y fariseos es compatible con el cristianismo. Por lo mismo, escribe este episodio en el que Jesús denuncia la opresión que ejercen estos dos grupos sobre el pueblo, impulsados por sus ansias de prestigio y de poder; y en el siguiente texto, nos presenta los siete “ayes” —13,31— que evidencian la hipocresía con la que proponen su doctrina.
La gente y los discípulos tienen que abrir los ojos. Los sucesores de Moisés habían de ser los profetas, de acuerdo con Dt18,15,18, no ellos. Las cargas pesadas que echan sobre las espaldas de la gente no buscan el bien de la persona, sino dominarla con su amañada doctrina. Son exhibicionistas y se constituyen en casta privilegiada. Todo lo contrario a la doctrina de Cristo, que desea la igualdad entre sus discípulos, sin marcar ningún rango ni privilegio.
Hoy día, muchos estamos en una posición semejante a la de la gente que seguía a Jesús: deseamos vivir la buena doctrina que nos ayude a ser más libres y buenos, seguir a un maestro que no nos defraude con la incoherencia de su conducta. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado si alguna práctica religiosa es pedida por Dios, o si es solo una ocurrencia, incluso piadosa, de nuestro pastor? Sobre todo los jóvenes, que de modo bastante natural piden razones para creer y para practicar su religión; la mejor respuesta está aquí: hagamos lo que dicen, pero vivamos de manera más coherente. Y es que la religión nace del corazón.
Estamos llamados a practicar el mandamiento del amor, siguiendo a Jesús; a desterrar la vanagloria y a servir. Llamados a vivir sin más honores que la certeza de hacer lo que Dios nos pide.
Oración:
Señor Jesús, enséñame a vivir mi religión como tú la vives, desde la experiencia del amor. No permitas que yo tenga una fe de doble cara: que contigo sea uno y con mis hermanos otro. Esta Palabra tuya alegra mi esperanza de vivir cada día mejor mi religión. ¿En cuántas oportunidades he deseado estar seguro de que lo que rezo y practico como religión es lo más cercano a lo que tú nos pides? Ayúdame a distinguir cuándo me engaño a mí mismo ––y como se dice, me doy baños de pureza–– de las ocasiones en que estoy siendo auténtico.
Permite que en mi hogar estemos atentos para practicar la religión del amor que nos enseñaste, antes que la del cumplimiento. Que seamos libres para amar y servir, como tú lo eres; y que jamás esperemos honores o privilegios entre los demás. Amén.